Después de meses quejándonos del calor y tras semanas comentando lo antinatural de las altas temperaturas, vuelve el frío a Euskadi. De la mano del temporal de viento y lluvia, llega la época de sofá, manta y Netflix. Y cuando digo Netflix, quiero decir series, porque todos sabemos que para encontrar películas destacables es mejor acudir a otras plataformas o, directamente, ir al cine. Como en casa somos muy de hacer lo que toca y cuando toca, hemos empezado una serie. No voy a contaros de qué trata, ni a hacer una crítica, mucho menos un spoiler; pero sí quiero compartir una reflexión que hice mientras la veíamos. Y es que llegué a la conclusión de que pocas cosas demuestran más compromiso que ver una serie en pareja. Estar dispuesto a compaginar ritmos, a parar la reproducción cuando uno de los dos se levanta al baño o a por galletas, aguantar la tentación de empezar un capítulo cuando estás sólo o, simplemente, dejar de verla cuando el otro se queda dormido.
Ni cursis declaraciones de amor en redes sociales, ni viajes a los destinos más paradisíacos, tampoco cenas románticas en los mejores restaurantes; lo que realmente demuestra la fortaleza de una relación es la capacidad de compartir y dedicarse atención en las actividades más rutinarias. Esto es así en las relaciones de pareja, pero también en política. Y es que cada vez es más común que determinada coalición proclame lejos de Euskadi su amor por este país, presuma en Madrid de su defensa de los intereses vascos y firme en el Congreso acuerdos que ni se plantea suscribir en Gasteiz. Porque con cada decisión, con cada actuación, demuestran que su relación con Euskadi no es fruto del compromiso. Son más de satisfacer necesidades ajenas, de repartir amor por ahí, al tiempo que se desentienden de atender la que dicen que es su casa. Y es que está muy bien que alguien hable de nosotros por el mundo, pero a quien queremos de verdad es a quien, además y sobre todo, se preocupa de nuestro día a día.