Cada año, por estas fechas, los medios publicamos múltiples informes y datos sobre la aportación de las mujeres rurales a la economía y a la vida social, cultural y política de los entornos no urbanos.

También nos hacemos eco de manifiestos como el de Naciones Unidas, que anualmente reitera que son las “las mujeres rurales –una cuarta parte de la población mundial– quienes garantizan la seguridad alimentaria de sus comunidades, generan resiliencia ante el clima y fortalecen las economías”.

En cuanto a la realidad local, la miramos usando las gafas de, por ejemplo, la Red de Mujeres del Medio Rural de Álava. El próximo 29 de octubre esta Red ha convocado en Llodio su XXIII Encuentro, para abordar el tema de la brecha intergeneracional y el edadismo. Dos actividades locales más: ayer en Agurain, la escritora y activista Silvia Federici hablaba sobre los cuidados, desde una perspectiva histórica y de alternativas locales. El sábado 21, en la cuadrilla de Añana, mujeres de distintos ámbitos se reunirán en Berantevilla para tratar la conciliación responsable, el uso del tiempo y la brecha salarial.

VISIBILIZAR SU FUERZA MOTORA.

Son solo unos ejemplos de las muchas actividades que se están organizando en todas las cuadrillas alavesas estos días (les animo a visitar la agenda de LAIA, Red Territorial de Álava para la igualdad y el empoderamiento de las mujeres, en su web laia.araba.eus), para poner en valor a las mujeres rurales, como sujetos políticos, económicos y sociales con voz propia. Además, este año, la selección de la película española Alcarràs para competir en la próxima edición de los Oscar (ya ganó el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín) está contribuyendo a visibilizar la fuerza motora de estas mujeres rurales, tanto tiempo invisible.

SIN EMBARGO, HAY ALGO MÁS.

Hablar de fuerza motora nos lleva ineludiblemente a preguntarnos de dónde sacan la energía para funcionar esos motores. ¿En qué lugares se enchufan las mujeres rurales para cargar la batería? Con gusto, miro al entorno alavés y lo descubro: en infinitud de espacios de sororidad (definida la sororidad como la relación de solidaridad, amistad o afecto entre mujeres), en los que estas se reúnen en diferentes municipios de Álava.

Me refiero, concretamente, a charlas organizadas en las plazas de los pueblos, entre mujeres locales y mujeres extranjeras. A lecturas compartidas durante la llamada Hora Violeta. A quedadas para coser, en las que se tejen confidencias. A encuentros para cocinar, para debatir, para articular estrategias íntimas de resistencia a las violencias que nos atraviesan. O a momentos de estar, simplemente estar.

MONDARSE DE RISA CON OTRAS MUJERES EN ROPA INTERIOR.

Algunos espacios de sororidad son más serios; otros son más divertidos. Entre los divertidos, este miércoles pasado tuve la suerte de participar en un mercado de moda en el pueblo de Manurga, en el que dos propietarias de una boutique organizaron un outlet solidario. Vendían ropa de temporadas anteriores a un precio rebajado, del que además donaban el 50% a la ONG Salvamento Marítimo. La cuestión es que, estando allí, descubrías que lo más importante no era la ropa, ni siquiera el lugar para probársela (los soportales de piedra a la entrada de la iglesia del pueblo hacían perfectamente la función; también hacía de probador el autobús que ellas utilizan para trasladar su boutique de municipio en municipio). Lo importante eran el momento, las escenas de risas, la complicidad de mujeres en ropa interior, la simpatía, las conversaciones entre nosotras, aunque no nos conociéramos de antes, que recordaban a dos películas que retratan con mucha dulzura este tipo de momentos: la libanesa Caramel, de Nadine Labaki, y Las mujeres de verdad tienen curvas, de Patricia Cardoso, por citar solo dos.

CONJUGACIÓN EN FEMENINO.

Y es que, en resumen, reírse con las amigas, compartir preocupaciones, llevarle una tarta a esa vecina nueva que acaba de llegar al pueblo, ver una película con o sin cine fórum, leer textos feministas, inventar recetas, participar en talleres de electricidad, estar con otras mujeres, son regalos que se producen con fortuna en espacios rurales, sin los cuales el motor que ayer aplaudíamos no funcionaría igual.

A estos espacios se me ocurre llamarlos cargadorAs universales (haciendo un juego léxico, a propósito de la reciente aprobación en el Parlamento Europeo de la normativa sobre cargadores universales para todos los teléfonos móviles). Son universales, porque no son exclusivos de aquí, sino que se generan allá donde las mujeres nos encontramos. Y no son cargadores sino cargadorAs porque estos espacios se conjugan en femenino.