uienes somos profanos y profanas en materia -yo confieso- desconocíamos quién fue Andrés de Urdaneta. Cosmógrafo, explorador y marino guipuzcoano, entre otras muchas dedicaciones, en el siglo XVI descubrió la corriente del Pacífico desde Acapulco a Filipinas. Ahora, un pequeño satélite, no más grande que un microondas, lleva su nombre y nos vigila desde el espacio. Qué paradoja que el mismo firmamento que Urdaneta se encargó de escudriñar para elaborar sus cartas de navegación acoja ahora una herramienta bautizada en su honor y creada desde la tierra que le vio nacer.

No puedo dejar de pasar por alto la semana que hemos vivido en cuanto a la aportación vasca a la ciencia. Porque si el hito conseguido por la firma vizcaína Satlantis nos coloca en el plano internacional en un ámbito como la industria aeroespacial, qué decir del logro de la empresa afincada en Bizkaia Oncomatryx, que ha conseguido autorización para iniciar ensayos clínicos de su fármaco en pacientes de cáncer con metástasis invasivo. Empequeñecemos ante tamaña noticia y la puerta a la esperanza que se abre para miles y miles de personas no solo de nuestro país sino de todo el mundo es inimaginable.

Ambos hitos se han ido cociendo durante años a fuego lento, como gusta en nuestra tierra, para dar un resultado final que demuestra que aquí, en Euskadi, también se hacen muy bien las cosas. Estamos demasiado acostumbradxs a escuchar mensajes de muy corto recorrido que solo desdeñan lo propio y ensalzan lo externo. Vamos, que casi todo lo que se hace fuera es mejor que lo nuestro. "Que si en Alemania, Francia, Reino Unido...", "que si hiciésemos como en los países nórdicos...", "que si perdemos liderazgo...", "que si se nos va el talento..." ¿Les suena?

Desde las filas vascas hay materia prima tan buena como en el resto del mundo. Seamos profetas en nuestra propia tierra porque, aún con nuestras limitaciones y errores, Euskadi es un país con gente tan extraordinaria que es capaz de llevar satélites al espacio exterior y descubrir fármacos que devuelven esperanza. Y ojalá también, por qué no confiar en ello, la curación. l