a situación de emergencia climática plantea retos que posiblemente nunca antes se habían abordado. Esa mayoría de edad a la que llegamos poniendo en peligro nuestra presencia en el planeta parece exigir nuevos modelos que permitan tomar decisiones urgentes, difíciles, y sobre todo establecer cauces que se salgan de la dinámica actual de inacción y peligro.
Por ejemplo: los datos establecen un insostenible de aumento de la temperatura con consecuencias negativas sobre la alimentación, el territorio, la biodiversidad, la salud y la democracia. Fuera de toda duda, además: hace ya 50 años de la primera conferencia sobre el medio ambiente en Estocolmo y no es una cuestión de exageración catastrofista.
También se ha demostrado que ni los estados ni el mercado (las grandes corporaciones y demás entramado de poder) están tomando las acciones necesarias para paliar cuando menos la situación con una peligrosa tendencia además a hacer lo contrario, acelerando el colapso mientras incrementan sus resultados económicos. Las clases dirigentes no pueden, o no saben, hacerlo. Así que surge una necesidad democrática urgente: quizá sea posible aún que las decisiones no vengan mediadas por las relaciones de poder, económicas o científicas.
Las asambleas climáticas podrían abrir la vía: una muestra de personas representativa de la sociedad a quienes se presentan testimonios expertos y que evalúa para aportar soluciones que deberían ser la base de las nuevas políticas y leyes.
Ayer concluyó la primera celebrada en España, aunque se ha hablado tan poco de este tema crucial que apenas pueden esperarse acciones valientes desde el parlamento que ahora recogerá sus conclusiones. Hacer cosas buenas pero de tapadillo muestra el arduo camino que queda por recorrer para tener una verdadera democracia climática. l