ingún artista se queda congelado en el tiempo. Ni con él, su trabajo. La obra de cineastas, escritores, músicos, pintores... cambia en vida con ellos. En la mayoría de las ocasiones evoluciona, se destila, madura. Realmente el propósito de cualquier creador es llegar a alcanzar su cima creativa, para regalarnos su mejor trabajo. Para ello, a lo largo de su vida, tantea, prueba, falla, vuelve a probar, se estanca, fracasa, acierta, vuelve a fallar... Mucha literatura se ha escrito sobre el pulso, la pelea, que el creador mantiene con su obra... y consigo mismo.
Seguir el trabajo de un artista a lo largo de los años no deja de ser un ejercicio intelectualmente tonificante. Y que de alguna manera gratifica al atento observador. En ocasiones vemos, leemos, escuchamos la obra de un autor que desconocemos, nos gusta, y es entonces ver, leer, escuchar todo lo que ha generado a lo largo de su vida. Queremos de alguna manera coleccionarlo. Le seguimos el rastro. Nos metemos en su pellejo. Nos obsesionamos con sus obsesiones. Como un policía detrás de un asesino en serie, investigamos. Queremos entender al artífice de ese trabajo que tanto nos atrae.
Ayer se inauguraba la exposición de Koko Rico (Vitoria-Gasteiz, 1965) en el espacio de arte y cultura Zas Kultur. De título Dibujos, nos encontramos con once obras sobre papel realizadas por este artista de dilatada trayectoria creativa. Algunos recordamos sus comienzos con la pintura allá por principios de los años ochenta. Obras realizadas con cementos y arenas, muy matéricas, oscuras, con incrustaciones de elementos a veces ferrosos. Pinturas que ya adelantaban el posterior trabajado escultórico de su autor y por el que más se le reconoce. Koko es autor de varias esculturas situadas en nuestra ciudad, como los dos animales salvajes mutados que parecen morar en pleno contexto urbano: en el parque público de la Catedral Nueva de Gasteiz.
Rico nos presentaba en el palacio de Zurbano -hace un par de años- un fantástico bestiario en el que la figura humana formaba parte de él. Una valiente propuesta: los espacios y la arquitectura del siglo diecisiete convivían con la escultura actual del siglo veintiuno. Las diversas estancias, salones, criptas, torres parecían contarnos una singular historia de la que el autor nos hacía partícipes cuando recorríamos el lugar.
En 2012, el artista ocupaba las antiguas cocheras del palacio Escoriaza Esquibel de Vitoria-Gasteiz. La visita al lugar invadido por sus esculturas nos producía una extraña confusión, como si estuviésemos perdidos dentro de un denso sueño del artista.
Koko exponía hace media docena de años sus obras en la librería Zuloa: nos mostraba 50 obras realizadas sobre papel. Una por cada uno de los 50 años que por aquel entonces cumplía.
En Zas Kultur, ahora, el autor retoma ese hilo y vuelve al dibujo. Un medio ligero, casi vaporoso, pero que paradójicamente conecta con el peso y densidad de su trabajo escultórico. l