a llegada de un Gobierno de izquierdas gracias a la moción de censura en 2018 fue todo un acontecimiento ilusionante, no solo por quitarnos de encima un Ejecutivo corrupto sino por la novedad de estar configurado por una coalición de dos partidos y consolidado por el apoyo plural de todas las formaciones progresistas del arco parlamentario. Fue una iniciativa esperanzadora de la que cabía ilusionarse con un tiempo nuevo y una forma diferente de abordar los problemas que acuciaban al país en aquel momento: el empleo, la brecha salarial, la igualdad de género, la protección social y, siempre con una crispación añadida, los problemas territoriales e identitarios de la periferia. Se restablecía el traslado de competencias a Euskadi y se abría el diálogo en Catalunya.
A decir verdad, aquella euforia inicial muy pronto se vio ensombrecida por la arremetida brutal, vejatoria y abrumadora de una oposición que no se resignaba a la pérdida del poder, apoyada y jaleada por un frente mediático poderoso. Y si a aquel resentimiento se le añadía la euforia agresiva de una extrema derecha no solamente crecida sino también consolidada, los nubarrones estaban garantizados. Pues bien, se supone que Pedro Sánchez y su variopinto equipo de Gobierno estarían preparados para resistir aquella andanada y hay que reconocer que fueron dando pasos en la buena dirección sustituyendo el enfrentamiento por diálogo llegando a logros importantes en materia social y desatascando conflictos territoriales. Pero de sobresalto en sobresalto, porque en todo momento se percibían roces, desencuentros y hasta hostilidades entre los dos partidos del Gobierno y eran frecuentes las alarmas para los millones de votantes que apoyaron esa alternativa. Rifirrafes entre ministros, declaraciones contradictorias, críticas internas que se hacían externas, Pedro y Pablo incompatibles, ceses y nombramientos no previstos... Un sinvivir. El sistema aguantaba con alfileres, pero al personal se le abrían las carnes solo de pensar en la alternativa.
Pocos gobiernos han soportado las calamidades que le han tocado al de Pedro Sánchez. Una pandemia con su secuela de crisis galopante sanitaria, económica y social. Un súbito y brutal encarecimiento de la energía que ha puesto en riesgo aún mayor a las economías familiares y al sostenimiento de las empresas. La invasión de Ucrania por Rusia, absolutamente imprevisible en nuestro tiempo, con unas consecuencias que afectan directamente a la gestión de los gobiernos europeos consolidados, cuánto más al hilvanado con alfileres como el de Sánchez. Mientras tanto, la ultraderecha se afianza en Europa y se encogen casi hasta la ausencia los partidos de la izquierda clásica como el que gobierna España.
De susto en susto, y aún a la espera de hasta dónde podrá aguantar, Pedro el Resistente, se le plantan el socio y los apoyos adyacentes por el disparate de abandonar a su suerte, a su mala suerte, al pueblo saharaui. PP y Vox, al acecho. Y para que no falte de nada, se descubre un aquelarre de espías, mentiras y algoritmos que provoca el escándalo de todos los que aún creían que esto era una democracia de verdad. Y en ello estamos, que no nos llega la camisa al cuerpo solamente de pensar que el bloque de progreso se rinda, se disuelva por agotamiento, estalle por discrepancia y vuelva al poder la derecha más derecha que nunca. Es lo que anuncian las encuestas. l