eseamos la negociación entre las partes porque necesitamos la paz, pero por desgracia la negociación no es siempre lo opuesto a la guerra. En ocasiones guerra y negociación caminan juntas, comparten dinámicas como vasos comunicantes y se interrelacionan de formas que por su crudeza nos ofenden. La guerra es el horror total y puede hacer de la negociación su instrumento.
El problema no es elegir entre guerra o negociación, ahí no hay duda, sino que la una y la otra se entremezclen. Negociar una paz exige algo más que sentarse para buscar un acuerdo razonable. Las citas de Bielorrusia y de Turquía, donde Rusia ha expuesto sus exigencias de máximos sin hacer concesiones mientras eleva la crueldad sobre el terreno, son un ejemplo. En la negociación Rusia no busca ahora la paz, sino una rendición. Hay momentos en los conflictos en que no se negocia la paz con instrumentos de paz y lógicas de paz, sino que se negocia la guerra con instrumentos de guerra y lógicas de guerra.
Rusia demanda apropiación de territorios y tutelaje. Ucrania exige la retirada de las tropas rusas y el respeto de su soberanía sin vasallajes. Ambas partes consideran -o quieren aparentarlo- que sus objetivos pueden aún conseguirse y por esa razón una negociación de fondo no se ha iniciado. Todo lo que podría negociarse son aspectos humanitarios y aun así la propia lógica de la negociación los dificulta.
Las dinámicas que operan y que van a determinar el momento y contenidos de la negociación son muchas, pero podemos identificar aquí cuatro. Primero está el aspecto militar: Rusia cree que puede vencer y Ucrania cree que puede resistir. En lo militar, a pesar de todos los contratiempos inesperados, el tiempo parece aún correr a favor del más poderoso y cruel, que confía en llegar a su meta, aunque haya pistas que podrían apuntar en sentido contrario. Segundo, el elemento económico: las sanciones económicas estrangulan a Rusia y podrían en breve impedir el desarrollo de la guerra, quizá hasta paralizarla. En ese sentido, mientras la resistencia ucraniana se mantenga, el tiempo podría correr a su favor. Resistir, en ese caso, podría ser vencer. El tercer elemento lo constituyen las alianzas internacionales: en un principio parecía que China iba a sostener a Rusia, pero ahora da la impresión de que opta por una más prudente distancia. Sin apoyo chino el éxito ruso se haría más improbable. El cuarto elemento lo constituye la oposición interna en Rusia: quisiéramos creer que podría haber una contestación por parte del ejército, de los oligarcas que sostienen el régimen o de la propia población civil, pero no contamos con suficiente información como para confiar en ello. La forma en que evolucione la interacción compleja y dinámica de estas cuatro fuerzas en los próximos días o semanas marcará el momento en que los actores negocien, idealmente con el apoyo internacional necesario, el fin de la agresión rusa.
Un quinto elemento es el personal: Putin. Estamos ante el viejo debate sobre el papel del individuo, sus necesidades y su personalidad, en la historia. Putin se juega su orgullo y su supervivencia, cuando menos política. Cuanto más acorralado, más imprevisible podría resultar.
Paradójicamente, para hacer todo más horrible si cabe, la perspectiva de la negociación puede fomentar comportamientos crueles e irracionales, de ahí la dificultad de los acuerdos humanitarios. Así a Putin le interesa alimentar ese mito de persona irracional e impredecible. El terror es arma de guerra y de negociación. No sabemos si se conduce racionalmente, si tiene límites y controles internos, pero esa duda lo hace más temible y por lo tanto más poderoso en la negociación. Por eso podría cultivar esa imagen delirante de mesas alargadas hasta el infinito y gestos fríos de malo de película. Atacar objetivos civiles como hospitales o columnas de desplazados, arriesgar la seguridad de plantas nucleares, sugerir escapes bacteriológicos o la amenaza atómica o quizá iniciar escaramuzas en las cercanías de las fronteras de la OTAN, pueden ser parte de esa estrategia infernal por la que Putin quiere ganar ventajas en la negociación. Queremos evitar el infierno y su mera mención le da poder.
Guerra y negociación no son siempre dos opuestos que se excluyen. En ocasiones la negociación es otro frente no menos cruel que cualquier trinchera, donde las más sangrientas lógicas de la guerra se pueden alimentar en una mesa con zumos, cruasanes y servilletas de hilo bien planchadas.