uchas han sido las veces en que los agoreros del apocalipsis europeo han dado por muerto el proyecto de Unión Europea. Este empeño por enterrar a la UE tiene su origen en la aprobación de la moneda única, el euro, el primer gesto inequívoco de voluntad de supervivencia en el tiempo de las instituciones de Bruselas. Sobre todo, del otro lado del Atlántico, los gurús economistas de las escuelas estadounidenses se encargaron de predecir la corta vida de la moneda única. De una década no pasaría porque era imposible competir con el dólar. Después vino su segunda oportunidad profética cuando por las fechorías del mercado hipotecario norteamericano y la quiebra de Lehman Brothers, nos vimos inmersos en Europa en una crisis que sí afectó seriamente la estabilidad del euro. Pero de allí también se salió. Todo esto no es nada comparado con las tres resurrecciones últimas a las que la UE ha tenido que hacer frente: el Brexit, la pandemia del covid-19 y la guerra de Ucrania

La salida del Reino Unido supuso un auténtico shock para la UE. Nunca antes un miembro y, más de la talla de los británicos, había solicitado la salida de la Unión. Algo esencial se rompía, a la par que se abría una puerta peligrosa por la que otros podrían querer transitar. Sin embargo, la reacción que produjo fue la inversa. Los Estados miembros se unieron en torno a la negociación como una piña y fue Londres quien sufrió lo indecible para alcanzar un acuerdo que no logró cubrir ninguno de sus objetivos iniciales, quedando las líneas rojas marcadas por Bruselas sin traspasar. A fecha de hoy, parece evidente que, aunque el Brexit ha sido negativo para todos, lo están sufriendo mucho más los ciudadanos británicos que los de la UE. En consecuencia, hemos salido más fuertes y más unidos de una crisis identitaria histórica que nos puso a prueba y que nos hizo pensar a todos que fuera hace mucho frío y que las aventuras populistas o de rancio trasnochado nacionalismo, mejor hacerlas con gaseosa.

Casi sin solución de continuidad, Europa se vio asolada por una pandemia vírica. El covid-19 se cebó en Italia y España primero y, después paulatinamente, en todos y cada uno de los Estados de la UE. Una Comisión Europea sin competencias en Salud tenía que improvisar medidas para abastecer a los europeos en la compra de equipos de supervivencia ante la enfermedad en plena emergencia sanitaria. Después hubo que invertir en investigación a toda prisa para ganar la carrera del descubrimiento de la vacuna y también se logró. Y finalmente, se hizo una compra masiva de dosis para suministrar a todos los europeos en el menor tiempo posible, mientras que la UE se convertía en el principal donante de vacunas del mundo. Por cada europeo vacunado, hemos vacunado a otro ser humano en el mundo. Pero también había que acudir al auxilio de una economía que se paró en seco a raíz de los confinamientos. Primero con ayudas económicas de urgencia y después con el Plan Next Generation EU, un programa de deuda mutualizada para todos los europeos de más 750.000 millones de euros a distribuir en tres años.

Para colmo de males europeos, cuando aún estamos en pandemia, Putin decide invadir en un acto de violencia unilateral sin mediar agresión alguna, a su vecina Ucrania. Territorio continental europeo que vuelve a ser pasto de las llamas de una guerra. Una provocación que pretende descaradamente poner al descubierto las vergüenzas en seguridad y defensa de la UE. Sin embargo, una vez más, la reacción unitaria de los 27 ha sorprendido a propios y extraños. La respuesta no solo ha sido de todos, sino también rápida. Sanciones económicas históricas como la expulsión del sistema financiero internacional; sociales como la exclusión de competiciones deportivas internacionales de clubes y selecciones rusas o militares como el envío masivo de armamento a los defensores ucranianos por parte de todos los Estados miembros, supone una serie de acciones sin precedente en la historia de nuestra Unión. Demasiadas pruebas de fuego, pero a fuerza de caminar al borde del precipicio, se ha forjado una unidad contra el vértigo de la caída. Ahora solo queda seguir resistiendo conscientes de que nuestra mayor fortaleza es estar unidos.