Anda nuestro Ayuntamiento con las ordenanzas fiscales, con la tasa de basuras en el centro del debate. No sé cómo les llegó la notificación del cargo de la tasa de basuras de este año. A mí me sonó el teleportero una mañana de inicio de verano: “Carta certificada”. No, no era una sanción, me aclaró el amable cartero ante la que sospecho fue mi cara de preocupación. “Es lo del basurazo”, continuó. Navegando entre el alivio y la curiosidad, concluí que en este asunto, a todos luces y al menos, había faltado marketing –mercadotecnia, que diría un viejo compañero de mesa al que sigo echando de menos–. En fin, pensaba en todo esto el otro día, cuando de camino al trabajo, unos cuantos metros por delante de mí, divisé a una mujer paseando con su perro. El can hizo sus cosas y la mujer, diligentemente, las recogió en una bolsa, que con la misma diligencia depositó... en el contenedor de reciclaje de envases de plástico. Creo que la decisión tuvo que ver con la selección de tiro: la canasta en la abertura expedita del contenedor amarillo es mucho más sencilla que detenerse en el contenedor de resto (¿o en el orgánico?), pisar el pedal para abrirlo y depositar su bolsa. Cuestión de diseño, pensé, y quizá también de duda existencial. Otro día hablamos del mercadillo de trastos desvencijados que tuvimos día y medio junto a los contenedores de mi calle que, sospecho, tuvo más que ver con la cosa del civismo...