ara crear el equipo Ametsa de Antzuola y competir en Bergara nos juntamos los amigos y convencimos a un mayor para entrenarnos, quien comenzó con el error de preguntarnos qué puesto nos gustaba. Nadie se pidió portero, alguno defensa y el resto ansiábamos ser delanteros. Entusiastas y con deseo de ganar a los bergareses, comenzamos ocupando en correturnos el puesto de portero, y aquello resultó un desastre en tanto la portería la cubríamos desanimados desconocedores del puesto. En un mes el entrenador convenció a Patxi de que podía ser el nuevo Iribar, se entusiasmó, se compró ropa de portero, se entrenó, lo hizo muy bien y ganamos el torneo.

Esta historia viene a cuento de lo que vengo escuchando sobre nuestro sistema público de salud, un gran sistema por cierto. Resulta que tenemos enormes neurólogos, cardiólogos, osteópatas y tantos más especialistas, pero cada vez cuesta más tener médicos de atención primaria, la línea de choque sanitario que estudia nuestro estado de salud y filtra hacia las especialidades. Y es que parece que no gusta o se desconoce la especialidad. He llegado a escuchar en la tele a un estudiante de Medicina decir que no merece la pena estudiar seis años para curar catarros.

Se pueden tener los mejores delanteros y defensas, pero sin portero no se llega a nada, como de nada nos servirán los especialistas por especializados que estén sin médicos que curan catarros, diagnostican covid o escudriñan posibles patologías graves para salvarnos la vida. En definitiva, o nos ponemos a promocionar y prestigiar esa imprescindible profesión, explicamos a los estudiantes de medicina que es una especialidad tan o más digna que cualquiera y dejamos de decir que se les maltrata, o tendremos un buen equipo que cura lo especializado pero incapaz de filtrar y diagnosticar con anticipación a todo aquel que estando grave necesite de especialista.