l 12 de febrero se celebraba el aniversario del nacimiento de Charles Darwin hace 214 años, un día que recuerda la importancia de la visión evolutiva en la ciencia que describe la vida. Darwin fue pionero en muchas cosas y una de ellas fue plantearse si la actitud de un animal colocado ante un espejo y viendo su propia imagen podría decir algo sobre cómo ve el mundo. Él lo probó con un orangután pero no acabó convencido de que las muecas que el mono naranja hacía expresaban reconocimiento. Pasó mucho tiempo hasta que en 1970 Gordon Gallup Jr sistematizó el experimento y se comenzó a ver que los orangutanes, los gorilas o los chimpancés pasaban la prueba del espejo: se reconocían claramente en la superficie reflectante aunque fuera la primera vez que se pusieran delante de ella. No solamente la superamos los primates: delfines y orcas, pero también elefantes o aves como las urracas. Los humanos, según se ha comprobado, suelen fallar hasta que tienen año y medio o dos. Antes se comportan como hacen los perros, como si fuera algo curioso pero ajeno a ellos. En los últimos años, y he visto un nuevo artículo confirmándolo esta semana, se ha comprobado que unos peces que viven limpiando a otros y los corales, los lábridos limpiadores, también superan el examen.

Se suele opinar que ese autorreconocimiento es una evidencia de que ciertos animales tienen conciencia de sí mismos y que quizá más especies serían capaces de ello, quizá no con pruebas en las que solamente se use la visión, un sentido no tan desarrollado en todos los géneros. Desde Darwin hemos visto que los sistemas vivos tienen características y propiedades que se han ido demostrando convenientes para la supervivencia. La autoconciencia será algo así y su ubicuidad nos sugiere una cierta reflexión. Aquí ya no cabe la mía, lo siento.