pesar del frío salgo al balcón por ver si me encuentro con ama y, cómo no, ahí estaba. Me pregunta qué tal las navidades y le digo que ya lo sabe, que yo al menos he estado con ella desde que puse el árbol hasta que lo quité. Se ruboriza algo y me dice que tengo razón, que me había preguntado solo por comenzar la charla. Y le empiezo comentando que, estos días, hablando con mis hermanos (tus otro hijos, le digo), hemos recordado cuando antaño ella y aita siempre andaban pendientes de que cumpliéramos la norma básica de estudiar y aprobar los cursos. Le añado que recuerdo cómo, a pesar de las broncas, mis hermanas se ofrecían a ayudarme entendiendo que aprobar significaba aprovechar solidariamente los recursos que gastaban en nosotros y dar oportunidades a los demás, mientras algún hermano se mofaba de mi torpeza y de no saber para aprobar. En fin.

Al hilo de ese recuerdo le comento que, en relación a la tediosa pandemia del virus, todos los partidos de la oposición en Euskadi, aparte de no ofrecerse a echar un cable, aunque sea en forma de comprensión o de sosiego, se parecen a ellos cuando se mosqueaban con nuestros pencos al gritarle permanentemente al gobierno como si siempre suspendiera. Enfadada, me comenta que para nada, que ellos siempre nos animaban y solo se mosqueaban si veían que no nos esforzábamos, que lo que le cuento es diferente, que eso es la política vasca convertida en lucha atrincherada de desgaste, parecida a mi celoso hermano, que en este caso empuja a la oposición a actuar sin perdón, suspendiendo sin siquiera analizar lo que se hace.

Al recordar la actitud de mis hermanas, me pregunta si, tras criticar al Gobierno, algún partido de la oposición se ofrece a colaborar o, al menos, se suma a pedir a la ciudadanía que, por solidaridad, se vacune y lleve mascarilla. Y antes de que yo diga nada, se contesta: ¡a que no!