os deseos, promesas, propósitos y nuncamases del comienzo de año son muy populares y han generado cientos de historias de psicología pop en todos los medios de comunicación, habitualmente sin nada de ciencia porque a quién le importa investigar de verdad cuando se pueden decir vaguedades y te las van a publicar igual.
Como cuando te inventas los síndromes pre o post vacacionales o la idiotez anual del día más triste del año, ese del que todo el mundo hablará dentro de dos semanas.
Pero resulta que sí hay ciencia detrás de esa costumbre anual que quien más quien menos abraza entre Nochevieja y Año Nuevo. En un par de buscadores académicos han aparecido más de 50.000 artículos publicados en revistas con revisión por pares. Algunos son clásicos, como cuando en 1972 siguieron la evolución de los propósitos de varios cientos de alumnos de la Universidad de Wisconsin, midiendo si bajaban de peso (una de las promesas más comunes) y demás historias. Y venían a decir que no, que cambiar conductas con una resolución personal no funciona tanto como cuando hay un empuje externo o una influencia del entorno. Hace medio siglo ya lo sabíamos pero ahí seguimos, prometiéndonos hacer lo que realmente no haremos.
Pero hay más: hace dos años otra gran investigación sobre propósitos de Año Nuevo en más de mil personas siguió evidenciando lo sabido, pero encontrando que la gente se muestra más optimista de sus resultados de lo que sucede en realidad. También comprobaron cómo cuando hay un grupo de apoyo es más posible cumplirlos. Más aún, el efecto de los propósitos, especialmente los expresados en términos positivos, se dejaba ver en un porcentaje alto también al año siguiente. En definitiva, parece que el fin de año funciona, para los humanos, como generador de actitudes positivas. Ahí se lo dejo, lo dice la ciencia.