ensiones de bajo voltaje, pero tensiones. Cuando parecían solventados los Presupuestos -que lo están- va Nadia Calviño y se la juega a ERC por la puerta de Netflix. No se trata de la primera divergencia seria de este decisivo grupo con la vicepresidenta más económica que ninguna. Hay mar de fondo en esta relación plagada de desconfianza. Y en los tiempos de mayorías con alfileres que corren, el Gobierno parece haberse dado un tiro al pie. Por eso, la seria advertencia de Gabriel Rufián de congelar su entusiasta apoyo inicial estremeció durante unas horas al febril negociador Félix Bolaños. Claro que habrá, seguro, un apaño agónico para sofocar el fuego, pero también es cierto que a más de un republicano independentista no le temblarían las piernas si se tercia dar una bofetada a Sánchez porque saben que en Catalunya les aplaudirían a rabiar.
Por el contrario, Aitor Esteban regresaba sonriente a casa en el último avión del jueves tras dejar zanjada la encomienda del TAV, auténtica joya de la corona en el sobre de los deseos del nacionalismo vasco tras asegurarse el traspaso del Ingreso Mínimo Vital. Todavía con el miedo en el cuerpo del aviso de ERC, el Gobierno de izquierdas no podía complicarse la vida poniendo más piedras en el zapato de su socio preferente.
Tampoco esperaban en La Moncloa que Yolanda Díaz se diera otro tiro en el pie pregonando titulares que no aguantan un asalto. El desmesurado protagonismo mediático de la futura candidata a presidenta le empieza a cobrar facturas. Una de dos: o su anticipado conocimiento sobre la amenaza del virus es cierto como queda publicado, o el socorrido desmentido de ayer tras el Consejo de Ministros es falso.
Una polémica que el PP coge al vuelo para dar todo el aire que pueda a la cometa, paradójicamente unas horas después de conocerse otra histórica caída del desempleo y que se ve así deslucida para enojo gubernamental.
Los populares necesitan coger fuelle. Les agobia, sobre todo, ese culebrón madrileño que más de uno de sus dirigentes veteranos y sensatos lo asocian al desagüe de sus expectativas. La patética escena del desesperado intento de Mariano Rajoy para procurar el acercamiento siquiera fotográfico entre Pablo Casado y Díaz Ayuso encabeza el hit parade de las cobras sonadas. Alguien en Génova sigue enrocado en la razón de la fuerza. Y en la calle, el taxista y el barman, como le ocurre al corresponsal de The Wall Street Journal, creen que la Juana de Arco de la cerveza en la terraza tiene la razón de su parte. Esta pelea de patio de colegio parece no tener fin para desesperación de afiliados, simpatizantes y legión de periodistas que ven cómo peligra el advenimiento de un cambio de ciclo que ansían para recuperar el poder perdido y, sobre todo, poner a Sánchez al pie de los caballos por sus complacencias con el independentismo.
A esta ilusoria expectativa desde la derecha contribuyen con fervor pactos como el alcanzado entre Ayuso y Rocío Monasterio. Aquí hay auténtico feeling ideológico. De hecho, Vox desprecia sobremanera al alcalde popular Martínez Almeida, posiblemente porque haya preferido a los paniaguados de Ciudadanos. En todo caso, la afinidad en la Comunidad de Madrid representa todo un aviso a navegantes y clarifica las conjeturas de futuro. Por ahí se cuelan los temores socialistas al tiempo que avanzan los deseos del PP -y también de Abascal, aunque con disimulo- de propiciar el adelanto electoral en Andalucía.
En ese entorno ni se inmutan por los chuzos de punta que han caído estos días contra los inspiradores del espíritu de Colón por su abominable desprecio desde las instituciones madrileñas hacia la figura literaria de Almudena Grandes. La polarización política ha fulminado la cordialidad y la sensatez, y amenaza el respeto y la convivencia. En la capital de España se nota demasiado porque la tensión se desparrama con más altavoces. Antes fue la disculpa del nombre de las calles, ahora la pelea va de reconocer siquiera mínimamente los méritos.
Ahora viene la tregua propia de un largo puente festivo. Después, aún hay tiempo para las emociones fuertes dentro y fuera de la política. No será baladí asistir, por ejemplo, al desenlace de la solicitada comparecencia de Ignacio Sánchez Galán en la Audiencia Nacional por culpa del enésimo culebrón de los manejos espurios del despreciable comisario Villarejo. En el Gobierno ya no se mira con los mismos ojos al presidente de Iberdrola desde su pulso a Teresa Ribera. A ver quién se acaba dando un tiro en el pie...