l viernes me sorprendieron las luces de Navidad ya encendidas, aunque es sorpresa con sordina, porque casi no queda capacidad de sorpresa con todo lo que pasa. Cada año las encienden un poco antes, y desde luego cualquier municipio puede alegar que para tempranos y exagerados ya está Vigo. Ahora, como las luces son led de bajo consumo, parece que ya ni siquiera podemos decir que para qué todo ese gasto eléctrico. Precisamente leía ayer a Almudena Grandes, que ha muerto y nos deja huérfanos de literatura, compromiso y bonhomía, en una de sus últimas columnas, hablando sobre "el obsceno derroche de luces navideñas en plena crisis de consumo eléctrico". Ay, Almudena, siempre precisa.
Pues es cierto, aunque gasten menos es una obscenidad en un mundo con pobreza. Sobre todo cuando se quedan encendidas a horas de trasnoche. Dicen en muchos ayuntamientos que es para ayudar a los comercios, que tanto han sufrido con las pandemias. Realmente el comercio de las ciudades ha sufrido más con la desregulación, la burbuja de los centros comerciales y el vehículo necesario para acceder a esos lugares, la invasión de las franquicias, el consumo desaforado y dirigido desde la mercadotecnia en todos los medios de comunicación... desde hace años. Y las luces siguen a horas en que no hay comercio abierto. Además los consumidores no son tan pavlovianos como para lanzarse a comprar nada más ver encendidos los colorines y esos engendros que colocan colgando, en las rotondas, en cualquier lado. Este fin de semana de cosas adelantadas, las molestas luces, la muerte de la escritora, el invierno que aparece de repente, me ha dejado triste. Tenemos pocas luces, no de Navidad, esas sobran, nos falta la ilustración, esas luces que encendía la prosa de la Grandes. Qué pérdida.