n los pasillos del Congreso huele a alcanfor. O a cualquier otra sustancia pestilente. La calidad democrática aparece preocupantemente embadurnada. De hecho, han vuelto las votaciones con la nariz tapada para pasar el mal trago de cómo blanquear en sedes institucionales conductas indignas. Todo por culpa de esos viejos hábitos casposos del bipartidismo que también acaban salpicando entre excusas de futurismo a la nueva política. Los partidos mayoritarios han clavado otro rejón de desconfianza en la justicia para mayor gloria de sus intereses. A este descarado empeño que resquebraja los principios éticos se ha sumado Unidas Podemos con el pueril pretexto de que la causa final necesita encajar estas vergüenzas. La llegada al Tribunal Constitucional de juristas desprestigiados por sus conductas nada aleccionadoras -¿Enrique Arnaldo nunca habrá pensado en renunciar tras ver retratadas sus inmundicias?- y otros de marcado acento partidista han provocado demasiado estupor.
No pasará nada. Para cuando lleguen las próximas urnas, nadie se acordará de semejante villanía. El pueblo llano se entretiene con Ayuso en televisión, la subida de precios y la suerte de Luis Enrique. Entre medias, espera a que un día le confirmen de una vez por todas qué va a ser de su pensión.
Al final, un cambalache ha desbloqueado la ansiada renovación en órganos del Estado. Tantos desafíos y provocaciones, tanta denuncia ante Europa, tanta demora para, al final del vodevil, acabar como siempre: con el reparto de la tarta a gusto de los de siempre, gobierno y oposición. No era solo una cuestión de siglas que aseguraban la mayoría, sino de dignidad y de decoro. Ahí, suspenso general para la izquierda en el poder y el PP que han mirado para otro lado cuando se les iba sacando los colores a cuatro de sus patrocinados, en especial a Arnaldo y a la juez Espejel, propuestos por el partido de Pablo Casado, el mismo que vio secarse su voz denigrando la politización de la justicia. Queda el consuelo del sonoro desmarque de los partidos que sustentan la mayoría de Pedro Sánchez con su fotografiada ausencia de la votación y de aquellos ocho diputados que, como Odón Elorza y la podemita Meri Pita, rompieron la disciplina de voto. Una contestación a la denominada Pantomima del Constitucional, como acertadamente la definió Edmundo Bal, y a la que se sumaron Vox y Ciudadanos.
En realidad, ha sido una semana para taparse las vergüenzas. Le ocurrió al propio gobierno cuando la Comisión Europea le destapó la verdad de sus auténticos propósitos de recorte de las pensiones, bajo el sistema de alargar el período de cotización al que ya se abonó el hoy ministro Escrivá en sus tiempos todavía recientes de presidente de la AIReF. Fue un gesto inusual, posiblemente con el empeño de zanjar ese doble lenguaje que mantienen los dos partidos de izquierda en torno a un tema tan espinoso por su repercusión social y electoralista.
Tampoco se libró de la zozobra el líder de la oposición cuando el presidente socialista le afeó las catastrofistas previsiones que airea cada vez que pisa una sede europeísta. Cuando se asiste a los mejores datos de recuperación de empleo y de afiliados a la Seguridad Social, siempre hay un hueco para poner en valor una inflación desbocada a las puertas de la Navidad y el tijeretazo a las previsiones de crecimiento que hace Bruselas. Una fundada disculpa para que PSOE y PP escenografíen siquiera para la galería su enésima embestida, apenas horas antes de bendecir la primera entrega de la renovación del TC en el mismo escenario.
Ayuso, en cambio, no pasa vergüenza. Pizpireta, rompiendo el molde del corsé institucional, la presidenta regional volvió a enervar en prime time a la cúpula de Génova. Desoyó a esa legión de dirigentes, candidatos, afiliados, simpatizantes y periodistas que lloran por las esquinas temerosos del desatino que supondrá para la marca PP la encarnizada pelea de ambiciones de sus líderes en Madrid, y a la que asisten sonrojados. Ella avanza endiosada desde la goleada del 4-M, pero Miguel Ángel Rodríguez le ha pedido que disimule la maniobra de largo alcance mientras ya se encarga él de embarrar la pista para que patinen Casado, con su inseguridad permanente, y, sobre todo, García Egea con su ceguera y autoritarismo. Por si acaso, atentos al acto de hoy en Puertollano. Mientras, la izquierda sigue muy lejos de mover la silla a los populares en un territorio cada vez más influyente en el escaparate internacional.