n cualquier esfera de nuestra sociedad (el mundo político, el educativo, el deporte o la cultura) el peso de lo mediático y la preeminencia de las imágenes sobre la reflexión serena, la conversión de los informativos de TV en una suma inconexa de sucesos, deporte, el tiempo y crónica rosa-social enmascara otra realidad, caracterizada por el triste hecho de que digerimos como fast food, como comida rápida, todo lo que los medios y el poder convierten en noticia y nos transformamos en masa social acrítica, que pocas veces encuentra la calma y el tiempo necesario para pararse a pensar y formarse criterio sobre cuestiones troncales para nuestra convivencia.
Cuando optamos por la lectura escrita de un periódico o escuchamos en las ondas una emisora de radio o vemos informativos en la televisión, ¿seleccionamos qué leer, qué escuchar o qué ver en atención a nuestro deseo de mantenernos informados o por el contrario basamos tal elección en la opción preferente de satisfacer nuestras necesidades de identidad?
¿Cómo lograr una ciudadanía crítica, cívicamente responsable y que sea capaz de superar el nivel de enfrentamiento dialéctico que caracteriza a la política de estos tiempos que nos toca vivir? Causa furor la imposición de la polarización. O conmigo o contra mí. Parece triunfar esa perversa dinámica que pretende orillar las identidades políticas múltiples y las intenta subsumir en una lógica de tipo binaria de simple y rápida comprensión que se intenta extender también a nosotros, convertidos en una ciudadanía "tribalizada" en atención a la opción política a la que cada miembro de la misma hayamos votado y a la que parece pretender negar la posibilidad de huir de adhesiones inquebrantables o de seguidismos acríticos ajenos al pluralismo democrático.
La política no es, efectivamente, un juego en blanco y negro. La sociedad contemporánea tiene una enorme complejidad, que no puede ser comprendida si se la reduce a un principio explicativo único y excluyente.
Necesitamos consumir noticias y acontecimientos como si fueran una especie de "alimento" social más y cabe preguntarse cómo podemos reclamar a los jóvenes actitudes reflexivas si nosotros mismos nos dejamos arrastrar por la tendencia a demonizar o a ensalzar rápidamente, a colocar maniqueamente en el bando bueno o en el malo a los protagonistas de cada episodio que pasa por delante de nuestra pasiva actitud como espectadores.
Asistimos a un modelo de hacer política centrado en la propaganda, concepto distinto del de publicidad, y también empleado como recurso para aportar socialmente la sensación de que algo se mueve.
Cobra hoy día, más que nunca, plena vigencia la dimensión política de la comunicación, en cuanto materia prima estratégica, cuyo control otorga al poder que lo ejerce una ventaja estratégica decisiva. ¿Cuántas veces tenemos la sensación de no conocer el verdadero fondo de una noticia, los intereses que se esconden detrás de una determinada forma de "vendernos" ese determinado acontecimiento, o esa decisión política? ¿Cómo podemos superar esta triste sensación de ser permanentemente teledirigidos?
Me permito aportar tres humildes consejos para tratar de superar ese intento de gregarismo social que se impone a modo de potente somnífero de nuestras conciencias (la individual y la colectiva): leer por encima de la actualidad, darle distancia y relativizar los enfoques que nos bombardean mediáticamente, y por último, ser capaces de mantener una coherencia en nuestras actitudes y nuestros criterios como ciudadanos.