la mitad del camino de su vida Dante perdió la senda y se encontró en un bosque oscuro. Así inició un recorrido que le llevó de los nueve círculos del infierno a los nueve del paraíso. Sabido es que la Divina Comedia constituye una de las obras más importantes de la literatura y del pensamiento occidentales, pero como no todo iba a ser grandeza aprovechó Dante el paseo para colocar a algunos de sus contemporáneos, como quien no quiere la cosa, en distintos lugares del infierno, donde quedarían retratados para siempre.
Si yo imaginara un recorrido similar -nel mezzo del cammin di nostra vita, la diritta via smarrita- hoy, a año y medio de iniciada la pandemia, aprovecharía también para ir colocando diversos personajes en el paraíso, el purgatorio y el infierno.
En las esferas del paraíso iría colocando al personal sanitario, a quienes en los perores momentos abrieron cada día el supermercado del barrio, a quienes se han encargado de las tareas de cuidado y limpieza, a quienes mantuvieron el kiosko y la panadería abiertos, a quienes en sus empresas y talleres diseñaron y fabricaron lo que necesitábamos, a los científicos que crearon la vacunas, a quienes al frente de instituciones públicas y privadas tuvieron que adoptar decisiones sin precedentes ante problemas sin precedentes, sin contar con información suficiente ni instrumentos adecuados... Añadan ustedes a la lista a quienes crean necesario. En el purgatorio quizá estaríamos los que no supimos hacer gran cosa por el bien común, pero al menos procurábamos no estorbar demasiado y cumplir con respeto. No fue desde luego suficiente para ganarse el cielo, pero quizá nos deberíamos librar de los rigores del infierno.
En los niveles más leves del infierno, con suaves penas, podríamos colocar a quienes tragaban acríticamente y luego difundían bulos y noticias falsas que aumentaban la confusión y la ira; a quienes aprovecharon la complejidad para hacer politiqueo partidista y simplista; a quienes todo lo sabían a toro pasado; a quienes presumían de saltarse las normas porque con ellos no iba la cosa; o a los organizadores de fiestas y no-fiestas. Bajando a los círculos inferiores iría ya colocando a quienes han maltratado a sanitarios, tirado piedras a policías o agredido a conductores de autobús cuando se les pedía que cumplieran las normas.
Y reservaría uno de los círculos más severos a unos cuantos magistrados. Por su edad es de imaginar que alguno de ellos sigue vivo gracias a que responsables políticos tomaron dificilísimas decisiones en tiempo real asumiendo inciertas consecuencias.
Algunos han gustado de dar lecciones de medicina a los médicos demostrando el mismo respecto por la ciencia que por el derecho. Otros, ya vacunados, se permiten ahora en el Tribunal Constitucional imaginar que todo pudo ser distinto. Sueñan con un mundo en que ellos conforman un supergobierno que supervisa desde más allá del bien y del mal. Más allá del derecho que dicen servir legitiman o deslegitiman gobiernos al servicio de intereses políticos.
Lo que ha distinguido España de otros países europeos no han sido las fiestas, ni los famosillos negacionistas, ni los índices de contagio, ni el número de fallecidos, ni la situación en las residencias, ni la gravedad de las medidas adoptadas, ni las restricciones de derechos, ni el tipo de instrumento jurídico elegido para limitarlos. Lo diferente ha sido el protagonismo de algunos de sus magistrados y ahora del Tribunal Constitucional.
A esos pocos pero importantes magistrados que señalo, algunos caducados y en funciones, les condenaría yo a un mundo en que sanitarios, científicos y políticos se hubieran tomado en estos últimos 18 meses el ejercicio de sus funciones con la misma prepotencia y frivolidad que ellos han mostrado en el cumplimiento de la suyas.