on ocasión de la agradable tradición catalana de celebrar el día de Sant Jordi, 23 de abril, con su intercambio de regalos, libros y rosas, recibí, entre otros, Love letter to the Earth (Carta de amor a la tierra) de Thích Nh?t H?nh. El libro llegaba puntualmente a la crónica periodística de la reciente Cumbre virtual para el cambio climático, ratificando el compromiso del presidente estadounidense, Joe Biden, con el control, reducción y eliminación de emisiones de gases invernadero en fases sucesivas hasta el próximo 2050.
Precisamente en el momento en que los diferentes gobiernos, congresos, ciudadanos incorporamos en nuestras estrategias, modelos de trabajo y/o de negocio y compromiso (se supone que decidido y firme) una apuesta radical por el planeta en nuestras propuestas, normativa de desafíos y las llamadas transiciones disruptivas de transformación, el autor empieza por recordarnos que "la Tierra no es solamente el entorno en el que vivimos, la naturaleza que observamos, disfrutamos y en múltiples ocasiones sufrimos con sus reacciones propias en términos de catástrofes, o el medio ambiente como descripción general, sino que somos la Tierra en sí misma y siempre la llevamos y tenemos dentro". Sería, en consecuencia, "un ser vivo en sí mismo, lo que habría de provocar la vocación de modificar nuestra relación con ella en una doble complicidad de supervivencia: el suyo y el nuestro". Y bajo estas premisas, un largo e intenso canto a sus diferentes cartas de amor a la Tierra para fijar lo que, fríamente, podríamos traducir como ejes de transformación y políticas de acción para guiar una "transición verde" como la que venimos incorporando en nuestro día a día.
La Cumbre del Clima, celebrando el Día de la Tierra, con la participación de casi 50 líderes mundiales (incluido el Papa Francisco), luce "la vuelta a casa de los Estados Unidos", abandonando el negacionismo de Trump para compartir reflexiones y proyectos-compromisos comunes, desde las diferentes realidades y posibilidades de cada uno. En esta ocasión, como una gran mayoría de los implicados, no se aborda el desafío en términos de barreras o costes (impuestocon los que convivir o evadir) sino en términos de oportunidad. Se trata de transitar hacia nuevas formas de entender el crecimiento y desarrollo económico, alternativas fuentes de creatividad, innovación y riqueza, reimaginación de industrias, renovación energética, generación de empleo, orientación de las tecnologías del futuro y, sin duda, las nuevas ingenierías financieras y fiscales que están por venir.
Los horizontes y marcos normativo-presupuestarios que se vienen convirtiendo en leyes, programas y puntos de llegada y transformación -un mundo neutro en términos energéticos, un grado más o menos de la temperatura global objetivo, fechas de caducidad para la matriculación de automóviles, lo que supone toda una revolución en la automoción, explorar la aplicabilidad práctica y viable de la energía marina además de la eólica, solar y del redescubierto hidrógeno verde€- marcan caminos de auténtico cambio.
Por tanto, no se trata tan solo de señalar la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero que podría motivarnos más o menos como para provocar nuevas actitudes, políticas y asignación de recursos, sino un verdadero elemento tractor que posibilite actuar en espacios innovadores de futuro, tecnologías, industrias y soluciones convergentes con un objetivo claro que podría simplificarse en tiempos románticos en "nuestro amor por la Tierra". El autor propone su propio recorrido que, en lo personal, me parece excesivamente filosófico y particular con múltiples derivas que me resultan difíciles de interpretar y compartir. Ahora bien, nos quedamos con el mensaje base.
En esta Cumbre, 17 países responsables del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero proponen todo tipo de iniciativas para abandonar, progresivamente, su recurso a fuentes fósiles, adecuando todo tipo de iniciativas, no solo con acompañamiento tecnológico o manufacturero, sino con una mirada adicional a la propia naturaleza, al ámbito rural, a la industria agroalimentaria y, sobre todo, a la clusterización de las actividades económicas interrelacionadas con todas ellas. La necesidad de encontrar, a gran velocidad, sustitución de las fuentes generadoras de energía, las pautas de consumo obligan a una verdadera revolución. Pero no una revolución cualquiera, sino parafraseando a un conocido partido político latinoamericano con decenios en el poder gubernativo, "un movimiento revolucionario institucional". Es decir, dirigir, promover, ordenar una dinámica hacia un objetivo viable, entendiendo no solamente las posibilidades reales, sino los tiempos necesarios, los recursos económico-financieros alternativos, la recualificación de los empleos en restructuración, el acceso real y equitativo a las tecnologías, la institucionalización (empresarial, pública y de gobierno) imprescindibles para su logro. Dirigir y gestionar dicha transición exige gestionar su impacto social -el presidente de México, López Obrador, con menos focos que los del mensaje de Biden, abordará un compromiso con las olas migratorias de América Latina y la preocupación compartida por líderes africanos animando a sus colegas a incorporar esta línea de preocupación y objetivos en el complejo puzle por resolver-.
Cambio climático que no puede ignorar, en estos momentos, su interacción con el mundo de la salud. En plena pandemia -inevitable no escaparnos de esta fatiga permanente-, la constatación de potenciales informaciones, el peso del medio ambiente y su calidad en la salud, resultan evidentes.
En definitiva, más allá de la clásica preocupación atribuida en otros momentos al "ecologismo militante", en gran medida movilizados por actores antisistema y que, en muchos casos, boicotearon y/o destruyeron iniciativas hoy señaladas por ellos mismos como las "verdaderas apuestas de futuro", la defensa y apuesta estratégica por el planeta, manifestada de diferentes maneras, ve en estos tiempos un enorme espacio de oportunidad. En este recorrido, además de la responsabilidad exigible a los diferentes gobiernos, son las empresas las que están realizando un enorme esfuerzo real de transformación. No solamente aquellas directamente implicadas por las industrias, tecnologías, productos, en que se ocupan, sino todo tipo de campos. Movimientos de ESG que, en principio de forma voluntaria, y cada día más, ya sea autoexigiéndose o por diferentes regulaciones gubernativas, orientan sus inversiones y modelos de negocio hacia logros que responden a estos tres grandes objetivos e indicadores convergentes: medio ambientales y sostenibles, económicos y sociales, además de un buen gobierno corporativo, junto a su inherente y evolutiva responsabilidad social en las comunidades en las que opera y, sobre todo, cada vez más, hacia una enorme transición en la dinámica del valor compartido empresa-sociedad.
Cambios rápidos, sostenibles, multiobjetivo al servicio del planeta y, sobre todo, de las personas, es el reclamo de la ONU, como mensaje general de esta y otras cumbres que le sucedieron. El esfuerzo de los Acuerdos de París del 2015 vuelven sobre la mesa, actualizados, con diferentes planes y programas extendidos -y, en apariencia, compartidos-. Reclamo atendido en compromisos y estrategias en curso. Un largo camino por recorrer.
Sin duda, efectivamente, de alguna manera, "una nueva carta de amor a la Tierra".