a jodienda de que los gobernantes de este país de pandereta no se hayan atrevido aún a meter mano a la nomenclatura del calendario, desemboca en que sigamos hablando a estas alturas del partido de semanas santas, pascuas, navidades, vírgenes y santos en un estado aconfesional. La Iglesia ha ganado esa mano con la connivencia de los poderes fácticos, y los ateos como Horacio se tienen que comer con patatas el uso normalizado de términos cristianos para la vida cotidiana.
Pero dicho esto, ahora nos hallamos en una semana peculiar donde seguimos en un sinvivir con las restricciones ideadas por los autores de esta montaña rusa de horarios y perímetros de seguridad. Y los dichos populares juegan a nuestro favor en este marasmo de olas que vienen y van. Porque según desde donde sople el viento, Horacio puede valorar que en esta semana nos están haciendo la pascua, o que estamos como unas pascuas si logramos salir de la zona cero con algún salvoconducto. Son percepciones antagónicas, y ambas proceden de una referencia no cristiana sino judía, pero nos viene al pelo para encajarla en este sudoku de medidas donde hay que circular con libro de instrucciones.
Los hebreos sacrifican a un cordero en su histórica pascua en la que conmemoran la liberación del pueblo de Israel del yugo egipcio, mientras los cristianos celebran la resurrección de Jesucristo. Horacio siente que en estas fechas no puede identificarse precisamente con una multitud liberada cuando por la noche aprieta un toque de queda y además no puede alejarse más allá de Zumeltzu. Y tampoco se siente resucitar de entre los muertos en una Gasteiz moribunda que a partir de las ocho de la tarde es el plató de Walking Dead.
Y ahí sigue Horacio, poniendo velas sobre botellines de cerveza del Eroski en su altar particular, rezando para que la curva de incidencia se aligere por alguna concesión divina.