Ornamento y crimen
l emperador austriaco Francisco José I no solo asistió a la caída a ralentí de su gran imperio austrohúngaro después de gobernarlo durante más de medio siglo sino que vio cómo también la arquitectura imperante que le gustaba, repleta de adornos y ornamentos, símbolo del poder absolutista, comenzaría a languidecer. Como sus antepasados, el mandatario pasó la mayor parte de su vida dirigiendo su imperio desde algunas de las 2.600 habitaciones del Palacio Imperial de Hofburg ubicado en Viena. Lo haría en algunas escasas ocasiones acompañado de su prima y esposa Sissi, la última gran emperatriz de Europa, antes de que fuera asesinada en 1898 por un anarquista. La vida de Sissi, ya es leyenda, pues ha sido inmortalizada hasta la saciedad en libros, películas y series de televisión. Su espíritu rebelde y su alergia al modo de pensar imperante de un siglo XIX que desaparecía con ella encarnan el comienzo de una nueva era.
A escasos metros del recargado Palacio Imperial, ese rígido palacio plagado de normas, odiado por Sissi, un arquitecto llamado Adolf Loos construía en el centro de Viena, en 1910, un edificio que con apenas ornamentos. La ausencia de adornos en la austera fachada del edificio -que sería conocido familiarmente por la Looshous (Casa de Loos, en castellano)- causó todo un terremoto en la sociedad vienesa, llegándose a comparar en periódicos y revistas austriacas con un gran granero. Fue tildado de "gallinero", o de "basura". Tal fue la polémica desatada que el Ayuntamiento tomó cartas en el asunto y paralizó su construcción. El arquitecto finalmente claudicó colocando unas jardineras en las ventanas del edificio. Eso fue todo. Y el emperador, cuando el edificio fue finalizado, dejó de salir del Palacio por la puerta principal pues desde ella se podía contemplar ese edificio, para él, tan pornográfico por su desnudez. Una desnudez que contrastaba con la recargada "vestimenta" de los edificios de la Austria decimonónica y por extensión, de Europa.
Loos había publicado en 1908 un texto que sería su catecismo: Ornamento y crimen. Un escrito que no dejaba de ser un ataque al ornamento. Según Loos, lo bello no necesita decoración, pues ésta afea la belleza de las formas, de las proporciones de la propia materia por sí misma hermosa. Una pitillera de plata, por ejemplo, no necesita ningún ornamento que cubra su superficie. Por otra parte, ese adorno no aportaría nada a la funcionalidad de la cigarrera. A partir de la militancia anti ornamental de Loos se extendería universalmente la idea de que lo bello no precisa decoración porque en sí mismo ya es decoración.
Pero ni Loos, ni muchos relevantes arquitectos que vinieron después, descartaron incorporar obras de arte en sus edificios. Pues el arte, aun teniendo una parte decorativa, ornamental, expresa conceptos, ideas. Es por eso que hay que diferenciar entre las artes decorativas, ornamentales y las bellas artes. No todo ornamento es crimen, por lo tanto.