a presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, compareció en el pleno de la Eurocámara para defender su gestión en la crisis de las vacunas. Lo más destacado es que reconoció errores y pidió disculpas por ellas, algo bastante inusual en la práctica política contemporánea. Un acto de contrición de quien se sabe absolutamente novata en estas lides, pues, el Ejecutivo europeo no tiene competencias en materia sanitaria y una operación de la complejidad y la envergadura de garantizar vacunas para todos los ciudadanos de la UE requiere técnicos, funcionarios y organismos preparados para estas contingencias. Nadie en Bruselas hubiera imaginado fallos de principiantes como los que se han cometido de haberse tratado de cuestiones políticas agrícolas, de competencia o medioambientales, donde sus equipos aplican de manera rutinaria sus métodos de trabajo probados durante décadas. El voluntarismo de asumir la responsabilidad de concedernos a los europeos el privilegio de contar con dosis asequibles para todos en tiempo y forma, ha acarreado el primer gran disgusto al Colegio de Comisarios de la alemana. Eso y haberse fiado de una industria farmacéutica que ha dejado a las claras a Europa lo poco que le importa la vida de las personas.
Cuando hace ya casi un año la pandemia se extendió por todos los Estados miembro de la UE, la Comisión tomó una primera iniciativa política fuera de sus competencias directas: invertir en la investigación de la vacuna contra el covid-19. Desde entonces, de las arcas europeas han salido más de 2.700 millones de euros a los laboratorios de las industrias farmacéuticas que se asumieron el reto científico. En esta decisión podemos ahora reconocer el mayor de los déficits o debilidades mostrados por la UE: nuestra Agencia Europea del Medicamento ha llegado tarde a todo y no está suficientemente dimensionada para dirigir procesos de esta naturaleza. Y la segunda gran lección tiene que ver con el escaso control que las autoridades públicas tienen sobre un mercado de alta sensibilidad como el de la salud y la fabricación de los materiales sanitarios y medicamentes. Ya nos ocurrió en el inicio de la pandemia con respiradores y mascarillas y ahora se ha repetido el problema con las vacunas. Conclusión: el pilar de la salud debe ser política europea común.
El segundo gran objetivo que se planteó la Comisión fue garantizar dosis de vacunas para los 440 millones de personas que pueblan la UE, sin distinción de territorios, ni de clase social. Es decir, un ejercicio de igualdad y de puesta en valor del Estado del Bienestar difícilmente equiparable en el resto del mundo. Para ello compró 2.000 millones de dosis de las distintas vacunas elaboradas por los laboratorios y aprobadas por la EMA. A partir de este reto, el siguiente desafío era poner en marcha un proceso de aprovisionamiento en tiempo y forma que llegara a todos los puntos cardinales de la UE. Aquí empezaron los problemas, dada la complejidad técnica y logística de la conservación de las vacunas, la seguridad que debe regir el transporte de un bien tan valioso y las escasas garantías que los laboratorios dieron sobre la cantidad que podrían producir. Todo ello con el reloj presionando para intentar alcanzar el máximo grado de inmunidad en la población en el menor plazo posible.
Pero sin duda el peor de los pecados cometidos por la Comisión Europea es el de la ingenuidad. No haber calculado que el ser humano en sus miserias puede convertirse en el mayor enemigo de sí mismo ha sido el principal fallo de la presidenta y los comisarios implicados. El egoísmo de unos pocos pronto rompió el mercado a base de especulación en los precios de las vacunas. Mientras la UE compraba de media a dos euros por dosis, el gobierno israelí de Benjamín Netanyahu lo hacía a 12 euros, eso sí sin administrar una sola vacuna al pueblo palestino que vive en su territorio. Toda una provocación para las industrias farmacéuticas que antepusieron el negocio fácil y rápido al sentido de responsabilidad social que su producto requería. Vendieron a quien más pagó y dejaron de abastecer a aquél que había pagado la investigación y tenía contratos que obligaban a un determinado ritmo de entrega de lotes. En todo caso, pasada la edad de la inocencia, quedémonos con lo más importante: tendremos vacunas para todos los europeos y habremos aprendido a no fiarnos de nadie y depender de nosotros mismos cuando está en juego la salud de los europeos.