icen por ahí que la filosofía no vale para nada. Se dice incluso, como reducto del desconsuelo y la impotencia, tómatelo con filosofía. Y la cosa es que si se mira bien, nunca tanto como hoy tiene utilidad la cosa de pensar y hasta de entender cómo piensan los demás. Pongamos ejemplos. Estás en el bar tratando de optimizar el espacio para poder atender a tus clientes, siempre dentro de los límites de aforo y distancias convenientes, y de pronto te puedes encontrar debatiendo con un agente sobre lo que es o no es una mesa. Y ahí estás, como un alumno aventajado de Platón saltando para ver que ideal de mesa ha visto el policía y como le puedes explicar que tu mesa es la sombra de su idea proyectada en la pared de la caverna. Cada vez que tratas con la administración repasas sí o sí a Socrates, porque sepas lo que sepas tú, ellos solo saben que no saben nada. Para hablar con los cuñaos, o con quienes ejercen de ello, tienes que tirar de tu conocimiento de los sofistas. Para sobrevivir tú mismo nunca viene mal recordar a Séneca y aplicar el estoicismo, aunque tampoco sea malo pasar un poco de todo y hacerse uno un epicúreo. Una idea para cada caso y una causa para cada idea. Eso sí, lo mires como lo mires no pretendas buscar la lógica porque eso si que se acabó hace tiempo. Descansa en el mismo cesto en el que duermen los fundamentos de la ciencia. A nadie le preocupa ya si lo del cisne negro de Australia que demostró lo poco científico de afirmar que todos los cisnes eran blancos fue verdad o sólo una leyenda urbana más. Ni tan siquiera la parte del progreso que se sustenta en la mítica técnica del ensayo y error. Aquí hemos aprendido a errar y a persistir sabiamente en el error, y así seguimos avanzando hacia detrás. Pero eso sí, nos lo tomamos con filosofía y seguimos pidiendo paciencia, porque como el cielo nos de fuerza la que se va a liar no la para ni Kant.
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