or su trascendencia política y las circunstancias en la que se produjo, la escisión del PNV allá por septiembre de 1986 tuvo como consecuencia un auténtico seísmo en el nacionalismo vasco histórico. En aquel momento no sólo se rompieron vínculos de militancia política sino también amistades, relaciones sociales y hasta afectos familiares. El tiempo, que casi todo lo cura, dejó en el mero recuerdo aquella conmoción y los herederos de la escisión que integraron el nuevo partido Eusko Alkartasuna se encuentran en una encrucijada de la que difícilmente saldrán bien parados. No es la primera vez que se encuentran en trance semejante y aunque, muy posiblemente, saldrán adelante lo harán dejando de nuevo fuera del partido jirones de su afiliación. Una vez más, los "críticos" se apartan, o son apartados, en una lamentable trayectoria de discordias.
A pesar de una historia tan azarosa -y sin embargo tan corta- no sería justo subestimar el crédito ganado por EA en su recorrido político, ya fuera como protagonista singular, ya como socio de coalición. Durante estos más de treinta años ha ejercido gran influencia en la gobernanza de las instituciones en Euskadi y en Nafarroa, si bien es verdad que a medida que pasaba el tiempo el partido que fundara Carlos Garaikoetxea ha ido perdiendo pujanza y, sobre todo, presencia. En ambos territorios de Hegoalde EA ha formado parte de gobiernos, ha liderado diputaciones y ayuntamientos y lo ha hecho con eficacia y dignidad. No ha logrado, no obstante, librarse de reiteradas sacudidas internas ni mantener la estabilidad de manera más o menos permanente.
Quizá no son demasiado conocidos los antecedentes que llevaron a EA a tomar decisiones que acabaron en su integración en EH Bildu, con las lamentables consecuencias que en este momento alegan los "críticos", turbulencias que han derivado en los tribunales. De manera muy resumida, hablamos de otoño de 2008, tras el fracaso del denominado Plan Ibarretxe y la decisión de constituir un polo soberanista que agrupase a todas las fuerzas independentistas. El polo no se activó hasta que el 20 de junio de 2010 EA firmó con cargos de la izquierda abertzale el documento Lortu arte para la independencia por el que el partido se comprometía a cumplimentar la exigencia de ETA para abandonar la lucha armada, demanda que se concretaba en la llamada "acumulación de fuerzas". Le costó la penúltima escisión, pero EA aportaba así un importante tributo a la paz ya que ETA dio por bueno para dejar las armas el frente unido de Sortu (que representaba a la izquierda abertzale histórica), Eusko Alkartasuna, y Alternatiba, a los que posteriormente se sumaría Aralar. Una apuesta de riesgo, como se ha podido comprobar. Aralar, el otro partido soberanista que se sumó a la "acumulación de fuerzas", optó por la disolución para integrarse en EH Bildu, con todas sus consecuencias. EA, por el contrario, ha mantenido sus estructuras de partido a sabiendas de la evidente desproporción que iba a suponer la potencia organizativa y la dinámica estratégica de la izquierda abertzale. Esa situación de inferioridad fue la contribución que aceptó la dirección de EA para que ETA diera el visto bueno para su disolución.
Así, según los críticos, sin mayor capacidad de decisión, sin ninguna autonomía como partido, sometido a las decisiones estratégicas de la izquierda abertzale representada por Sortu, EA camina inexorablemente hacia su disolución si no cambia de rumbo o, lo que es lo mismo, si no cambia de dirigentes. No es fácil predecir cuál será el destino final y el nivel de deterioro que va a suponer esta penúltima refriega interna en EA, pero nadie podrá negar la importancia de que en el universo abertzale se pudiera contar con un partido socialdemócrata sólido, responsable y respetable.