a última vez que hablamos por teléfono, al despedirnos, me dio un consejo de peso, resumida en una sola frase: “Y ya sabes, siempre hacia arriba”. Esta semana ha fallecido mi tía, Edurne Jaio. Y tras recibir la noticia de su muerte, recordé inmediatamente la frase, especialmente válida en estos momentos difíciles que estamos viviendo.
De hecho, Edurne nos dejó muchas lecciones valiosas que merecen salir de su casa de Lekeitio y abrirse al mundo. Llamaré a su legado “Decálogo para una vida mejor”, porque se basa en al menos diez capacidades.
Una: saber afrontar las dificultades con una sonrisa; encontrar motivos para reírse incluso cuesta arriba y, sobre todo, tener la capacidad de reírse de una y uno mismo.
Dos: saber vivir con pocas cosas, tener la habilidad de vivir con lo básico y saborear la belleza que hay en las acciones sencillas del día a día.
Tres: saber disfrutar de la alegría que se siente al compartir lo que tienes; mantener las manos siempre abiertas.
Cuatro: en lugar de preocuparnos tanto por el futuro, poner la mirada en el día a día y saber disfrutar del momento.
Cinco: saber dar las gracias y preguntar siempre cómo les va a las y los demás.
Seis: vivir sabiendo que el mayor valor de la vida es nuestra relación con nuestro entorno y con las personas que nos rodean.
Siete: ser consciente de que, para calmar el dolor, una buena conversación alrededor de un café con leche y unas galletas puede ser más eficaz que el ibuprofeno.
Ocho: tomar las cosas como vienen y aceptarlas; tener paciencia.
Nueve: no olvidar nunca de dónde venimos y transmitir a las nuevas generaciones lo que hemos aprendido de las anteriores.
Y diez: empujar a la vida hacia arriba, con la barbilla levantada, siempre hacia arriba.
Con maestras así difícilmente necesitaremos libros de autoayuda. Así que ya saben, fíjense atentamente en lo que les enseña su madre, su padre, su tía, su tío, su abuela, su abuelo. Porque la sabiduría no se encuentra únicamente en los libros.