Metro-Goldwyn-Mayer nació como resultado de la unión de tres productoras de Hollywood creadas durante la década de 1910, en plena época muda, para hacerse con el mercado mundial del cine. La idea partió de Marcus Loew, un judío que se había hecho con la Loew’s Theatres, una red de 35 locales muy bien situados en los que ofrecía cine y variedades. En ellos proyectaba películas que él mismo distribuía.
Para cerrar el circuito comercial sólo le faltaba producirlas también. Si conseguía hacerlo el negocio del cine iba a ser necesariamente redondo.
Loew no se andaba con chiquitas. Quería crear una empresa tan importante que fuera capaz de competir con las principales productoras de la época: Universal, United Artists, Disney y Columbia, y de paso jugársela a su propio suegro, el gran Adolph Zukor, alma pater de la Paramount y creador del start-system.
La propuesta se la hizo primeramente a Louis B. Mayer, un ruso que en 1915 le había acompañado en la creación de la Metro Pictures Corp., fundando posteriormente la Louis B. Mayer Prod., y después a Samuel Goldwyn, un judío polaco que hacía películas desde 1916. La fusión tuvo lugar el 2 de mayo de 1924 decidiéndose que la nueva productora iba a denominarse Metro-Goldwyn-Mayer.
No hubo problemas para que la General Motors y el Liberty National Bank aportaran el capital inicial, pero sí más de una discusión entre los socios ante la exigencia por parte de Loew de ser el director general de la nueva compañía. Marcus Loew se impuso convirtiéndose de esta forma en productor, distribuidor y exhibidor de películas.
Peliculeros sin escrúpulos
Tal control mercantil tenía sus ventajas, pero también muchos inconvenientes, sobre todo para aquellos directores de películas que presentaban proyectos creativos interesantes, pero que eran anulados o modificados a gusto del jefe de producción, una figura que representaba la intervención directa del capital con poder para anular escenas, cortar planos, modificar el sentido del argumento… Y todo ello sin permiso de su autor. Irving Thalberg fue el ejemplo más sobresaliente. Masacró Avaricia, una obra maestra a todas luces, y coartó vilmente la libertad creativa de Eric von Stroheim y Buster Keaton, entre otros.
Los primeros grandes éxitos comerciales de MGM llegaron en 1925 con Ben-Hur (Niblo), El gran desfile (Vidor) y La viuda alegre (Stroheim). Paralelamente creó un potente departamento publicitario que se encargaba de suministrar gratuitamente información de sus estrellas contratadas a todos los medios. De esta forma se crearon biografías totalmente manipuladas de intérpretes, reportajes sobre arriesgados rodajes, colecciones de cromos con los rostros de los ídolos de la pantalla…
Eran los propios intérpretes quienes vendían la película con sus rostros a pleno cartel y sus nombres en grandes caracteres, mientras que el nombre del director aparecía apenas legible en un rincón. Las películas eran de “Tiróne Póver” y “Béte Dávis”, como se decía en la época. Los nombres de los realizadores fueron prácticamente desconocidos por el gran público hasta que se impuso Alfred Hitchcock.
Ídolos de quita y pon
Se crearon ídolos con lanzamientos determinados, primando casi siempre su belleza física y simpatía. Pero, ¡ay de ellos si la película no hacía un determinado taquillaje! Cesaban sus campañas publicitarias y pasaban a un segundo o tercer plano para papeles poco más que de extras.ç
Hay un caso sangrante: la actriz y cantante Lena Horne, de raza negra, contratada por MGM en 1942, fue tentada por la productora para que renunciara a sus orígenes raciales. Querían hacer de ella una nueva estrella deslumbrante con otro nombre, para lo cual le crearían una falsa biografía en la que figurara como un descubrimiento procedente de un país latino.
Lena, mujer de gran temperamento y comprometida con la lucha racial, se negó a semejante tejemaneje, por lo que pasó el tiempo de su contrato poco menos que haciendo pasillos por los estudios. Uno de los roles que perdió fue el de Julia LaVerne que dieron a Ava Gardner en Magnolia (Sidney), a la que Annette Warren tuvo que doblar las canciones.
Greta y Tarzán, dos minas de oro
MGM se hizo de oro contratando a Greta Garbo, sobre todo con Mata Hari (Fitzmaurice), Grand Hotel (Goulding) y Reina Cristina (Mamoulian). Otro personaje que fue clave en los primeros años del cine sonoro fue Tarzán. Sus películas eran muy baratas, ya que se rodaba en el estudio, sin apenas desplazamientos. Los cocodrilos y demás fauna procedían del archivo y el personal que intervenía era muy reducido. Johnny Weissmüller supo aprovechar el momento tras su triunfo como nadador.
El contrato de los Hermanos Marx fue otro gran triunfo de la MGM. Desgraciadamente hicieron pocas películas, pero cada una es una obra de arte a pesar de los malos ratos que hacían pasar con sus excentricidades reales, fuera de guion, a los equipos de rodaje y, sobre todo, a aquella Margaret Dumont que a punto estuvo de ingresar en un psiquiátrico cuando le modificaban la entrada a sus intervenciones.
En la década de 1930, MGM rodó espectáculos de gran presupuesto que tuvieron gran impacto en las taquillas. La isla del tesoro (Fleming), El motín de la Bounty (Lloyd), María Antonieta (Van Dyke), David Copperfield (Cukor) y descubrió un filón con series protagonizadas por niños que luego, de mayores, nos dieron muchas horas de buen cine: Elizabeth Taylor, Mickey Rooney y Roddy MacDowall. ¡Y qué decir de Rin-Tin-Tin, el perro que los acompañaba!
Al final de esta década hay sin embargo dos títulos que merecen atención aparte por cuanto han significado en la industria del cine: El mago de Oz (Fleming) con una impagable Judy Garland, y Lo que el viento se llevó (Fleming) para mayor gloria de Clark Gable y Vivien Leigh.
‘Lo que el viento se llevó’, un hito
Nunca se ha sabido a qué acuerdo llegaron MGM y el Gobierno español para que Lo que el viento se llevó se pudiera ver en nuestro país. La conducta lasciva de Escarlata fue motivo para que la película estuviera prohibida durante once años, lo que suponía una importante pérdida económica para la productora.
En 1950 el régimen franquista empezó a negociar en el plano político con los estadounidenses convencido de que era la mejor forma de salir del aislamiento al que estaba sometido. Estas gestiones, que tuvieron sus momentos cumbres en la firma del Pacto de Madrid y la visita de Eisenhower el 12 de diciembre de 1959, comenzaron con algo tan trivial como levantar la prohibición que pesaba sobre Lo que el viento se llevó.
MGM jugó fuerte y no aceptó la anteúltima propuesta que se le ofreció: autorizarla, pero con la calificación del número 4 (gravemente peligrosa) entre otras cosas porque, según estaba establecido, los títulos con esa graduación tenían prohibida la publicidad e, incluso, había periódicos que ni tan siquiera los anunciaban en la cartelera habitual. ¿Qué puso MGM sobre la mesa para que la censura bajara la calificación a 3-R?
Los gorgoritos MGM
Los musicales que hizo MGM tuvieron siempre un sello especial, tal vez porque se confió en creadores de la talla de Busby Berkeley, George Sidney, Stanley Donen, Gene Kelly y Vincente Minnelly que hicieron auténticas obras de arte: los escenarios que preparaba el primero, la Magnolia del segundo, el Cantando bajo la lluvia y Un día en Nueva York del dúo siguiente, y Un americano en París y Gigi del último son piezas irrepetibles que están en el ánimo de todos. ¿Quién no ha gozado viendo 7 novias para 7 hermanos?
Nos divirtieron Tom y Jerry, y admiramos la combinación de la animación con la imagen real en Levando anclas. Soñamos con las aventuras de Ivanhoe, Scaramouche, Mogambo y El prisionero de Zenda. Y grandes espectáculos: San Francisco, Quo Vadis?, Ben Hur, Los 4 jinetes del Apocalipsis, Doctor Zhivago, Doce del patíbulo, La conquista del oeste, Pat Garrett y Billy el niño, 2001, una odisea del espacio… ¿Se puede pedir más a un león centenario?