Cada vez veo más claro que las familias piensan que tienen controlado el tema de la educación digital, los juegos online, los smartphones y las redes sociales. Sobre todo las familias con hijos en Primaria. Creen que están educando de forma correcta a sus hijos en el uso consciente de la tecnología y que no están en riesgo, pero esta forma de pensar se muestra errónea cuando vamos a formar al alumnado de Primaria y Secundaria y nos cuentan la realidad. No es que detectemos un uso inconsciente y a menores en riesgo en alguna clase de algún centro educativo, sino que en las cuatro provincias donde mayormente impartimos las formaciones, Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, en todos los centros educativos, en todas las clases, la gran mayoría de alumnos hacen ese uso inconsciente y se ponen en riesgo real a diario, desde 3º de Primaria hasta 4º de la ESO. Y no sabemos cómo comunicarlo para que las familias lo entiendan.
Uno de los factores de esta situación es que la mayoría de padres también utilizan la tecnología inconscientemente, y muchos tienen problemas reales de adicción, pero eso se ha normalizado. La realidad es que nadie nos ha formado, nadie nos ha explicado los riesgos de la tecnología, qué significa usarla de forma consciente y sus posibles consecuencias. Y si las familias no lo saben, es imposible que puedan transmitirlo a los menores.
Parece que es normal y que no tiene consecuencias pasar más de cuatro horas al día con pantallas, o estar todo el día mandando cosas que realmente no son importantes, o pornografía que nadie nos ha pedido a través de WhatsApp. Se ha normalizado llenar las redes sociales de fotos y vídeos de menores sin que nadie se cuestione si al hacerlo se les está poniendo en peligro. Parece que es normal dejar el teléfono a los niños para que vean Youtube, o llevarles al colegio mirando dibujos, o comer, desayunar y cenar con pantallas, conducir escuchando y contestando audios o mensajes, dormir con el teléfono al lado, consultar las redes sociales antes de dormir y nada más levantarnos para ver qué hacen otros, o mirar noticias a todas horas. Parece que es normal que niños de 7 a 11 años practiquen juegos online catalogados para mayores de 12, 16 o 18 años, ignorando por completo los peligros y consecuencias de que lo hacen. Como pare-ce normal que menores de 13 años y adolescentes de hasta 16 tengan smartphone propio y utilicen las redes sociales sin ningún tipo de supervisión, guía ni formación.
¿Cómo unos padres van a educar a un menor en el uso consciente de las redes sociales si comparte fotos de sus menores en redes o a través de Whatsapp exponiéndoles a muchos riesgos sin ni siquiera sospecharlo? ¿Cómo les vamos a educar en el respeto y les vamos a enseñar que no hay que compartir imágenes de otras personas sin su permiso si les sacamos fotos a ellos para mandárselas a sus abuelos sin consultárselo? ¿Si se nos llena el teléfono con miles y miles de fotos y vídeos que les grabamos aunque nos digan que no les gusta que lo hagamos? ¿Cómo vamos a prevenir que cometan delitos en internet si no sabemos que muchas acciones que hacemos a diario lo son? Y, ¿cómo vamos a educarles en que hay un tiempo limitado para el uso de pantallas si nos ven todo el día pegados al teléfono y nos entra ansiedad solamente con que nos digan que no vamos a poder utilizar el teléfono durante un día? ¿Con qué cara les decimos que dejen de jugar a algo, o que se ha acabado el tiempo de ver Youtube o TikTok, mientras nosotros seguimos hablando por teléfono, mandando mensajes a través de WhatsApp o esperamos a que se duerman para seguir viendo Facebook, Instagram o una serie en Netflix durante más tiempo?
No basta con poner controles parentales en las videoconsolas, smartphones y ordenadores. Se necesitan hábitos y pautas educativas adecuados a las edades de los menores, un conocimiento de los riesgos, de la ley en internet, y sobre todo un ejemplo adecuado de uso de la tecnología. Las familias necesitan formarse y hacer una reflexión real sobre el uso del smartphone y las redes. Muchos adultos deben reconocer que tienen un problema de adicción real y necesitan comprometerse para superarlo; de lo contrario, no serán capaces de dar una buena educación digital a sus menores.
Hay que seguir pidiendo a las familias a que estén atentas a las charlas y formaciones que desde los centros educativos, las ampas, los centros cívicos o ayuntamientos se ofrecen para ellas, y animarles a acudir.
Pensamos que sabemos, pero los adultos tenemos un problema muy grande con el uso inadecuado e inconsciente de los smartphones y las redes sociales, y hasta que lo solucionemos va a ser imposible educar a los menores en un uso responsable, para que estén protegidos.