Madrid. El trabajo, publicado en el último número de la revista Nature Climate Change y elaborado sobre un escenario "moderadamente optimista" de emisión de gases de efecto invernadero, advierte de la "extinción funcional" de esta especie a mediados de este siglo.

La investigación, elaborada en el marco de los proyectos españoles Vanimedat-2, Medeicg, y Escenarios, y el europeo Sesame, examina la evolución temporal de la temperatura superficial máxima esperada durante este siglo en el Mediterráneo occidental.

Para ello, los científicos han empleado proyecciones de diez modelos climáticos globales y dos modelos regionales.

"Todos los modelos proyectan un rápido calentamiento del agua superficial del mar balear en verano a lo largo de este siglo, lo que daría lugar a un aumento de la frecuencia e intensidad de las olas de calor", según Gabriel Jordà, investigador del CSIC en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados, un centro mixto del CSIC y la Universidad de Baleares.

"De media, la temperatura en superficie del agua durante la época estival podría aumentar a finales de siglo 3 o 4 grados centígrados" hasta que "a partir del año 2050, la temperatura superaría cada verano los 28 grados, provocando la aceleración de la mortalidad de Posidonia", explica el investigador.

Entre los beneficios ecosistémicos de las Posidonias, destacan el enterramiento de dióxido de carbono, el reciclado de nutrientes, la protección costera de la erosión y el aumento de la biodiversidad.

Las plantas de esta especie que pueblan los fondos marinos de las Baleares se encuentran actualmente en regresión, no sólo por el calentamiento del agua, sino también por la contaminación o los anclajes de las embarcaciones.

Según el investigador del CSIC Carlos Duarte, a la especie no le quedan más opciones que adaptarse, lo cual, apunta, "es poco probable considerando sus bajas tasas de reproducción sexual y mutación", o "disminuir drásticamente hasta casi extinguirse".

Los científicos han examinado también la evolución de esta especie conforme a tres escenarios de mitigación de los efectos.

"Si se hubiesen mitigado las perturbaciones locales en 2010, la extinción funcional de las praderas se hubiese retrasado una década; pero si esa mitigación se produjera en 2030, la extinción sólo se retrasaría dos años", precisa la investigadora del CSIC Núria Marbà.

Las acciones para mitigar otras perturbaciones locales, a pesar de ser beneficiosas, sólo aumentarían modestamente la resistencia de la especie al calentamiento marino, según esta investigadora.

Por ello, la única solución para garantizar que este ecosistema milenario continúe proporcionando servicios más allá de este siglo es que las emisiones de gases de efecto invernadero se reduzcan cuanto antes en todo el mundo, advierten los científicos.