Las librerías son unos de esos negocios que se resisten a morir, aunque por desgracia cada vez quedan menos. No quieren que les pase como a la mayoría de videoclubs o de tiendas de discos, y siguen contando con una clientela fiel que no sólo disfruta de la lectura, sino que además lo quiere continuar haciendo en el formato físico, en el de papel, pese a la pujanza, por su comodidad, de los libros electrónicos o e-books.

El factor humano de la librería, con profesionales que aconsejan y asesoran, no está presente en internet y los clientes de estos establecimientos lo valoran, estableciendo una relación de cercanía con libreros y libreras, que en muchos casos llegan a convertirse en amigos por la capacidad que tienen para transmitir historias de todo tipo a través del material que venden.

Mudanza en cadena

Y esa proximidad se ha podido comprobar hace unos días en una calle de la pequeña localidad de Chelsea (condado de Washtenaw), de poco más de 5.000 habitantes, en el estado de Michigan (Estados Unidos), llamada Serendipity Books. La dueña del establecimiento, Michelle Tuplin, tenía que efectuar una mudanza de todos los libros que había en la tienda hasta la nueva localización, que por suerte estaba bastante cercana. Y en lugar de tener que alquilar una furgoneta o contratar a una empresa de transportes y realizar numerosos viajes cargando y descargando todo el material, contó con una colaboración muy especial.

Nada menos que 300 personas, de todas las edades y muchas de ellas asiduas del local, formaron dos filas para unir la librería que cerraba y su nueva ubicación y así, de uno en uno y constituyeron dos cadenas humanas, trasladaron los 9.100 ejemplares con cuidado para que llegaran en perfectas condiciones a su nuevo destino. Con tantas personas ofreciendo su ayuda, la tarea pudo acabarse en apenas dos horas, facilitando enormemente una labor tan ingrata como es la de una mudanza.

La propietaria, encantada

La iniciativa fue todo un éxito (se ha vuelto viral en las redes sociales) y tenía una segunda intención: acercar los libros a las personas. "Era una manera práctica de trasladar los libros, pero también de que todo el mundo participara", explica Tuplin, que consiguió generar interés entre quienes formaban las dos filas. "Conforme la gente se iba pasando los libros, decían: ‘Este no me lo he leído’ o ‘Este es muy bueno’. Y seguro que más de uno acabó comprando alguna de esas obras ya en la nueva ubicación.