Por fin pudo disfrutar el Baskonia de una matinal de guante blanco en el Buesa Arena. El equipo vitoriano impuso la lógica ante el Betis y quebró una racha de cinco derrotasracha de cinco derrotas consecutivas entre ACB y Euroliga. Sin embargo, la grada abandonó el coliseo de Zurbano sin una sensación de felicidad plena por varios motivos. Primero por los 48 puntos que consiguieron los dos cincos visitantes (Pasecniks y Wiley) ante la nueva muestra de la debilidad interior azulgrana y, sobre todo, por el escaso protagonismo de canteranos como Tadas y Raieste.

Spahija se empeñó en exprimir hasta límites insospechados a algunos titulares que terminaron necesitando una bombona de oxígeno, entre ellos Fontecchio y Giedraitis. Pese a que el visitante mostró la bandera blanca de la rendición mucho antes del bocinazo final, el italiano y el lituano finalizaron exhaustos con 38 y 33 minutos, respectivamente.

El técnico croata dispone de una plantilla muy corta tras la marcha de dos jugadores (Landry Nnoko y Lamar Peters) que no han sido relevados, pero la mayoría de las jornadas se empeña en infrautilizar otros recursos de los que dispone. Ni siquiera ante un rival tan limitado como el hispalense encontró algún resquicio Spahija para dar la alternativa a Sedekerskis y Raieste.

Su dirección no gustó a la grada y prueba de ello fue la música de viento recibida cuando, mediado el último cuarto, sentó a un notable Kurucs para dar entrada a un ausente Baldwin, que volvió a ser la nota negativa de un apabullante triunfo con gestos fuera de lugar y sus reiteradas protestas a los árbitros. Mientras el letón pide a gritos más minutos con su intensidad y su hambre, el fichaje estrella para este curso ha agotado la paciencia de todo el mundo.

En cuanto al juego, se vieron por fin brotes verdes que alumbran algo de esperanza de cara al futuro. Y es que tuvo que llegar uno de los modestos de la Liga ACB al Buesa Arena para que el Baskonia recuperara una de las virtudes que ha exhibido con cuentagotas hasta la fecha: el altruismo en ataque. Los hombres de Spahija compartieron el balón como pocas veces y ese pase extra siempre permitió tiros liberados en el perímetro creando numerosos desequilibrios en la defensa del Betis.

Por fortuna, no hubo esta vez tanto manoseo de balón por parte de Baldwin o Granger y sí un constante movimiento de todos los jugadores cuando no disponían de él -uno de los mandamientos primordiales para buscar las cosquillas a los rivales-, y muchos bloqueos ciegos. El más beneficiado de ello fue Fontecchio, casi siempre solo en una esquina, quizá su lugar predilecto del campo, para armar el brazo con extrema facilidad y embocar tiros abiertos prácticamente de entrenamiento.

El italiano recuperó la pegada y confianza extraviadas en algún lugar disparando sus guarismos anotadores. Junto a Costello, supo hurgar en la tibieza de un Betis que metió el miedo en el cuerpo en algunas fases gracias a la pasmosa facilidad de Wiley y Pasecniks para sumar debajo del aro. El esfuerzo a destajo de Costello no impidió que ambos interiores en manos de Casimiro firmaran una estadística sobresaliente. Las carencias defensivas de Enoch suele quedar al desnudo ante toda clase de adversarios.