Vitoria - Los progresos de Ilimane Diop desde que compite en la primera plantilla del Baskonia son evidentes. En su cuarta temporada como azulgrana, el senegalés se ha asentado como el gran bastión defensivo de la rotación interior. Su influencia en los esquemas de Sito Alonso cobra cada vez más fuerza ante el bajón de rendimiento protagonizado por Voigtmann y los continuos pasos a la enfermería de Bargnani, pero hay un aspecto del juego que lastra sistemáticamente su evolución como baloncestista. Ya sea por los típicos pecados de juventud, el desmedido celo de unos árbitros que le tienen de forma permanente en el punto de mira o un pernicioso exceso de agradar, sus problemas con las faltas parecen incorregibles desde tiempos inmemoriales.

El senegalés se convierte, a menudo, en un torbellino incapaz de controlar sus viscerales emociones. Tal es la pasión con la que vive este juego y se implica en su ingrata labor como secante que, en más ocasiones de las debidas, le pierde una excesiva adrenalina. Siempre va al límite en su intento de proteger el aro y apenas lo disimula con el consiguiente peaje de escuchar el sonido del silbato en cuanto utiliza de forma ilegal alguna parte de su interminable figura. Y todo ello sin obviar que posee un físico más liviano en comparación con otros pívots. Obligado a recular hacia atrás, siempre sufre lo que no está en los escritos cuando le toca emparejarse con jugadores dotados de más peso y corpulencia.

Como el clásico león enjaulado que no se permite un segundo de respiro, Ilimane acostumbra a jugar con fuego con una intensidad hasta cierto punto exagerada. Si hace falta, tampoco rehuye la verborrea dialéctica con quien sea. Se trata de no dar ningún síntoma de debilidad y no verse intimidado por la magnitud del interior que esté enfrente. Ya puede ser un peso pesado o un imberbe como él, que no se va a arredrar ni un pelo. No en vano, sonados han sido en el pasado sus encontronazos con postes del más alto nivel a los que siempre intenta hacer la vida imposible. Entre ellos, el mismísimo Bourousis, uno de los mejores maestros en su corta carrera y con quien compartió vestuario el pasado curso tras tener algo más que palabras cuando el griego militaba en el Real Madrid.

A sus 21 años, Ilimane disfruta ahora de más protagonismo que nunca en un Baskonia que necesita como el comer su impagable ardor bajo los aros, pero no encuentra el término medio a la hora de controlar sus impulsos y sigue sin corregir su gran asignatura pendiente. Una furia incontenible que, posiblemente, irá moderando con el paso de los años para no alimentar su fama. Cuestionado ayer sobre este déficit, el cinco nacido en Dakar no dejó margen a la duda sobre sus intenciones. “Voy a seguir dando lo máximo y todo lo que pueda en defensa. Tengo que mejorar algunas cosas como las faltas y lo conseguiré. Quiero sumar y quitar las cosas negativas de mi juego”, advirtió Ilimane, para quien los pívots de la Euroliga son “más completos” que los que se encuentra a nivel doméstico.