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Se encuentra inmerso el Baskonia en una de esas semanas locas que ofrece el nuevo formato de la Euroliga en la que la acumulación de encuentros -hasta cinco en apenas cinco días- y desplazamientos conduce a que los exámenes se sucedan sin apenas tiempo para la preparación y el estudio. Y quizás víctima de los problemas que habitualmente se generan en los aeropuertos, la escuadra de Zurbano compareció en la noche de ayer sin espíritu. Debió extraviarlo en alguna de las escalas por las que ha pasado desde que partió de Vitoria puesto que en el Palabancodesio languideció durante cuarenta largos minutos en los que no se le atisbó ni un átomo de alma hasta acabar encajando una incontestable derrota que estaba decidida prácticamente desde el cuarto inicial. Un tropiezo que debe hacer reflexionar puesto que muy pocas alegrías podrán llegar si el equipo no cambia radicalmente su imagen.
Advertido estaba el Baskonia antes de aterrizar en Milán del potencial ofensivo de su adversario de ayer, que no por casualidad lideraba la clasificación de anotación con una espectacular media de 93 puntos por encuentro. Un dato que, lógicamente, conducía a una conclusión sencilla a más no poder. Si el conjunto vitoriano deseaba tener opciones de lograr algo positivo iba a necesitar emplearse a fondo en labores defensivas. Un objetivo que saltó por los aires a las primeras de cambio.
Porque los 27 puntos recibidos en el cuarto inicial reflejan con absoluta claridad el nivel con el que se empleó el plantel azulgrana en el trabajo de contención. El Armani no necesitó ni mucho menos extraer lo mejor de su repertorio para encontrar una y otra vez el aro baskonista. Casi solo por inercia, los puntos caían de su lado en cada posesión. Si a eso se le suma que antes de cumplirse los dos minutos Hanga ya había cometido dos faltas personales y que el trío arbitral se empeñó en ofrecer todo un recital de silbato, el escenario resultante no auguraba nada positivo.
Desgraciadamente, eso fue lo que sucedió. Cuando parecía que el juego vitoriano ya no podía decaer más, descendía todavía un peldaño más. Un calamitoso final del primer cuarto -con pérdida incomprensible y triple en contra- dio paso a un segundo período en el que la crisis alavesa se agudizó todavía más hasta alcanzar una máxima desventaja de 18 puntos (41-23). Sin ninguna señal que pudiera hacer soñar con una hipotética reactivación, únicamente la lógica relajación de un Armani que se veía con el triunfo en la mano permitió al Baskonia enjugar mínimamente esa diferencia. Pero otra vez el epílogo volvió a poner de relieve la incomparecencia espiritual del equipo ayer. Después de que una canasta de Budinger dejase la renta italiana en diez puntos, la nula intensidad vitoriana permitió que Hickmann anotase dos bandejas consecutivas sin oposición en los últimos segundos para volver a dejar las cosas en su sitio al descanso (49-35).
Los jugadores de ambos equipos enfilaron el túnel de vestuarios para disfrutar del pertinente intermedio pero perfectamente podrían haberlo hecho para dar por concluida la contienda puesto que la suerte de la misma estaba completamente decidida desde hacía mucho. Ni aunque hubieran seguido jugado durante dos horas más habrían cambiado las cosas.
Pero, como es lógico, el reglamento está para cumplirlo y se disputaron los dos cuartos restantes. Veinte minutos en los que solamente algunos chispazos de Larkin -el único azulgrana que se salvó del horror- hicieron que el Milán se viese obligado a imprimir algo de tensión a su juego para evitarse complicaciones. Ni siquiera quiso hacer sangre el combinado transalpino, que prefirió reservarse para futuras batallas y dejó que el triunfo fuera cayendo por su propio peso con el paso del tiempo.
En el viaje de regreso, la primera obligación del Baskonia es cumplimentar la documentación para reclamar el equipaje perdido. Solo recuperando el espíritu extraviado podrá encarar el duelo de mañana ante el Brose -y por supuesto el futuro- con un mínimo de garantías.
Sin argumentos. Al igual que le sucedió a sus jugadores sobre el parqué, el preparador azulgrana tampoco fue capaz de encontrar argumentos con los que reactivar al equipo y, al menos, reengancharse al encuentro. Trató de mover el banquillo y probó con diferentes tipologías de equipo en pista pero ninguna de ellas ofreció resultados y, lo peor de todo, el espíritu brilló por su ausencia durante los 40 minutos.
El base estadounidense fue el único que se salvó del horror generalizado que fue el Baskonia ayer. Asumió responsabilidad anotadora, destacó en los robos y lo intentó hasta el final.