vitoria - Ser deportista de élite tiene más pros que contras. Quien marca las diferencias en una determinada modalidad, consigue un nivel de vida inalcanzable para el ciudadano de a pie. Los hay ciertamente privilegiados que tocan el cielo, tienen los bolsillos llenos de dinero para poder vivir de las rentas cuando se retiran, firman cientos de autógrafos a diario y sienten la veneración de los fans por cada rincón que pisan. Luego, a una escala diferente, existen otros más modestos pero igual de ejemplares que se ven en la tesitura de ganarse la vida como cualquier hijo de vecino cuando llega la hora de la retirada. Entre estos últimos se encuentra Carlos Cazorla, un baloncestista canario que fijó su residencia en Vitoria con solo 14 años de edad desde que despertase el interés de Alfredo Salazar en un Campeonato de España de categorías inferiores.
Junto a su hermano Juan Pedro, el actual responsable de la cantera del Baskonia, se formó en el mundo de la canasta en la capital alavesa. Su corazón, por tanto, late azulgrana aunque, como admite, ya no sea "un asiduo del Buesa Arena" y sigue los partidos del equipo de Scariolo "más por televisión". El mayor de los dos fue un base cerebral al que le frenaron las lesiones, mientras que el benjamín era un escolta con excelentes dotes ofensivas que terminó convirtiéndose en un perfecto perro de presa de los exteriores rivales. Ambos fueron pioneros en la política de captación de jóvenes jugadores por parte del club alavés. Tras 16 temporadas en el profesionalismo, un total de 485 partidos en la Liga ACB repartidos entre el antiguo TAU Cerámica, el Fuenlabrada, el Caja San Fernando, el ViveMenorca y el Lucentum Alicante, Carlos se retiró en 2011. Los problemas físicos empezaron a hacerle mella y, por si ello fuera poco, la falta de ofertas atractivas le conminaron a cortarse la coleta.
Hoy en día, asentado en Vitoria tras contraer matrimonio hace años con una gasteiztarra -tienen dos hijos, uno casi recién nacido que le ha obligado a cogerse la baja paternal-, ha cambiado el baloncesto por las finanzas. Ejerce a media jornada como administrativo en el céntrico restaurante (Sagartoki) de una ciudad que ya considera como su casa. No ha perdido su acento canario, pero "la belleza del País Vasco" le tiene cautivado. Tras poner fin a una dilatada carrera cuyo principal éxito fue la consecución con el antiguo Taugrés de la extinta Copa del Europa en 1996, Cazorla es uno de los millones de padres de familia obligado a sacar adelante a sus pequeños.
"Cuando pasa el tiempo, te das cuenta de que a lo mejor debía haber aprovechado mejor antes el tiempo. No para haber hecho una carrera, pero sí otras cosas. Tras retirarme, recuerdo que me matriculé al día siguiente en Jesús Obrero. Dediqué todo mi esfuerzo a sacar adelante un curso de Administración y Finanzas. Salí al mercado laboral para buscar mi primera experiencia y aquí estoy", rememora Carlos.
Su padre, ya jubilado y ahora en Las Palmas, era contable. Por tanto, era factible que pudiese continuar sus pasos cuando dejase de lanzar a canasta y perseguir como una lapa a las estrellas rivales. "Con el tema de las nóminas y la declaración de la renta, me fue picando el gusanillo. La verdad es que me vino muy bien el curso porque, después de tanto tiempo sin estudiar, adquieres mucha práctica. Aprendí cosas que son básicas y me aportó un conocimiento fundamental para encontrar un trabajo", explica este antiguo escolta que siempre fue uno de los ojitos derecho del desaparecido Manel Comas.
humilde y humano Confiado en alargar su primer contrato de seis meses, que expira en julio, Cazorla ha sufrido como todos los rigores de la crisis. Su retirada del baloncesto coincidió con un momento en que la destrucción de empleo en España era incesante. Como le resultó imposible compatibilizar los estudios con el desempeño de su carrera como jugador, tampoco disponía del currículo soñado para acceder a un puesto a las primeras de cambio. Entonces, debió armarse de paciencia e hincar los codos mientras percibía sus dos años de paro. "He intentado ser positivo en todo momento y aprovechar la coyuntura para estudiar. Dicen que hay brotes verdes, pero a ver si es verdad que vienen más oportunidades para el trabajo. Aún estoy aprendiendo porque la experiencia hace mucho", confiesa.
Alejado de divismos y sin ese perfil ególatra que caracteriza a muchos deportistas de su estirpe, Carlos destila humildad en todas sus opiniones. Puede que, de haber sido más egoísta y avaricioso sobre la cancha, sus números en la ACB -4,5 puntos, 3 rebotes y 1 asistencia de media- se habrían disparado. Desde las distancias cortas, se atisba rápidamente a un tipo jovial y simpático para quien los años parecen no pasar en balde. De hecho, apenas ha cogido kilos y conserva una figura estilizada pese a que se encarga de recalcar las secuelas que le ha dejado su agotadora carrera. La rodilla y la espalda se encuentran algo maltrechas, pero ello no le hace perder el buen humor. "El deporte es bueno, pero con moderación. No es todo lo sano que parece porque llevas tu cuerpo al límite, careces de tiempo para recuperarte de los golpes y la exigencia es altísima", analiza.
Su nueva vida le permite disfrutar de su familia y amigos, algo que agradece sobremanera tras el intenso trajín de entrenamientos, partidos y viajes al que se vio sometido. "Tener fines de semana libres ahora es una maravilla. Fui un privilegiado porque tuve la suerte de hacer realidad un sueño que perseguía desde pequeño y dedicarme a una cosa que era mi pasión, pero ahora también estoy aprovechando otras cosas a las que en su día debí renunciar", se congratula el canario. Entre sus pasatiempos, figuran la natación -algo que le viene de perlas para su espalda- y el senderismo.
Pese a que ya han pasado tres años de su retirada, todavía se le agolpan recuerdos inolvidables en su cabeza. Cuando se le menciona la noche del 12 de marzo de 1996 -fecha en la que el TAU de Comas, Perasovic, Nicola y Rivas consiguió su único título europeo de la historia ante el PAOK-, se le pone la piel de gallina. "Fue mi primer año como profesional. Pasé de ser el tío más importante en categoría junior a viajar por Europa, jugar contra ídolos como Herreros. Cada entrenamiento era un aprendizaje. Lo que vivimos fue maravilloso. Como decía Miguel Ángel Reyes, éramos cuatro y el de la guitarra. Había tres jugadores por encima del resto, pero todos íbamos a uno y aportábamos. Pusimos la primera piedra de lo que hoy es el Baskonia", concluye Carlos, al que el malogrado Sheriff concedió ese día 8 minutos.