vitoria. Los ochenta agonizaban. Muchos de nosotros, en plena pubescencia, devorábamos las secuelas de clásicos de la industria hollywoodiense como Arma letal, Regreso al futuro o Cazafantasmas. Caía el Muro de Berlín y, con él, el Telón de acero. El pelo se llevaba de punta o a lo casco. Eran tiempos de fluorescentes y cardados. En el baloncesto, de culotes como boxers y camisetas ajustadas.
De esa guisa, era lo oportuno, se presentaban en Vitoria una pareja de argentinos, profesionales, o al menos en ello estaban, del baloncesto. ¿Argentinos? Los únicos sudamericanos que uno había visto desenvolverse con soltura en un parqué eran Oscar Schmidt Becerra, Chicho Sibilio, Piculín Ortiz... Poco más. Pero... ¿argentinos? Walter Guiñazu y Marcelo Nicola irrumpieron en Gasteiz con una expectación prácticamente inexistente. Pocos, por no decir nadie, visionaban la senda que Alfredo Salazar, el director deportivo del Baskonia, abría con estas incorporaciones. Ambos fueron la llave para llegadas posteriores de los Scola, Oberto, Prigioni, Nocioni...
La trayectoria de Guiñazu, que tan sólo permaneció dos años en el club, fue discreta. Sin embargo, su compañero de viaje es historia viva del baskonismo. Protagonista de la mayoría de edad de una entidad que, con él en sus filas, conquistó su primer título continental, aquella Recopa ante el PAOK de Salónica de Stojakovic jugada en Gasteiz y conseguida a la tercera. Aquí Nicola permaneció siete temporadas. Desde los 18 hasta los 25 años. Se casó, tuvo un hijo. En Vitoria Nicola también se hizo mayor. Como el club cuya camiseta defendió con prestancia.
Y es que Nicola era un gran jugador. Muy grande. No obstante, en el paladar del aficionado baskonista existe un regusto amargo con respecto a su figura. Siempre se pensó que valía más de lo que mostró. Su corpulencia unida a su coordinación y fundamentos hacían de él un diamante en bruto que no fue pulido hasta el límite de su potencial. Pablo Laso definió esto con la clarividencia del director de orquesta que era. El blog Guardando la Pizarra lo desvelaba. Sucedió durante un entrenamiento de aquel Taugrés. Nicola se dirigió a Laso más o menos en estos términos: "Pasa el balón, enano". El gasteiztarra le respondió con rotundidad: "Mira, Marcelo, si tú tuvieras mi cuerpo estarías en una oficina y si yo tuviera tu cuerpo estaría en la NBA".
No obstante, esta relativa falta de ambición no le impidió ser el tercer jugador argentino en ser drafteado por la NBA. Anteriormente el Gigante Gonzalez -un tipo de 2,30 que acabó en el Wrestling- y Hernán Montenegro le precedieron. Realmente, existía el baloncesto argentino. Los Rockets apostaron por él en el 93 y, dos años más tarde, vendieron a los Blazers sus derechos pero Nicola nunca llegaría a competir con los más grandes.
Sí que lo hizo en Europa donde, tras su etapa alavesa, deambuló por los clubes más prestigiosos del momento. Primero Panathinaikos, luego Barcelona y más tarde Benetton de Treviso donde se asentó durante una época similar a la vitoriana. Seis temporadas en las que ganó dos ligas italianas, tres copas, dos supercopas y una Saporta. Aferrado a la región del Veneto, Nicola fijó allí su residencia, tras sus últimos coletazos sobre las canchas, para comenzar a ver la vida desde el otro lado de aquéllas. Primero Alessandro Ramagli y después Oktay Mahmuti le tuvieron como asistente hasta que, el pasado curso, probara suerte como primero en el Istrana, un club de la Serie C transalpina. Este bagaje, unida a su experiencia como jugador, le ha conducido hasta Murcia donde, a día de hoy, continúa con su formación como segundo de Óscar Quintana.
Esta tarde regresa al pabellón que le vio alzar aquella Recopa de Europa. No cabe duda de que la afición se levantará también para homenajear a uno de los iconos que contribuyeron al crecimiento del club. En una de sus épocas más transcendetales. Regresa Marcelo Nicola. Regresan los noventa.