Pocos partidos recuerda el Buesa Arena de un grado similar de intensidad. Si las declaraciones previas, el lleno cantado en el Buesa Arena y el propio rival -los partidos contra el Real Madrid siempre son otra cosa- dibujaban un encuentro de alto voltaje, la realidad ha acabado vistiéndolo con tintes épicos.
El Baskonia fue bipolar en ciertos aspectos de un choque que domino desde la defensa hasta el último periodo y que levantó cuando parecía ya vencido a base de pundonor. Ciertas lineas maestras del guión duskista se repetían desde el inicio. Lampe volvía a ser crucial. Pese a no haber anotado apenas en los primeros compases, cada balón pasaba por él. Abría huecos y generaba autopistas para sus compañeros. Especialmente para un Brad Oleson que arrancaba, y terminaba, a cien por hora manteniendo en el partido al cuadro que dirige Dusko Ivanovic.
La defensa volvía a ser tan atenazante como en el resto de la serie pero una laguna igualaba una balanza que debía estar, por méritos de unos y otros hasta el momento, decantada ligeramente en favor del Baskonia. En el minuto quince los locales únicamente habían capturado seis rebotes y todos ellos en defensa. La pelea bajo los tableros era blanca y esto los mantenía con opciones. Aunque es justo reivindicar la seriedad de un Caja Laboral que acabó únicamente con seis pérdidas por las diecinueve blancas. La inoperancia blanca en ataque, provocada por la férrea actitud defensiva imprimida por los pupilos de Dusko Ivanovic, era plausible y sólo las segundas oportunidades concedidas por los azulgrana, sustancialmente menores en altura, mantenían al cuadro merengue en el partido.
Tras un segundo tiempo de una defensa excelsa, el Baskonia se marchaba dos arriba y con la sensación de haber dejado escapar vivo a una presa tan escurridiza como la madrileña. Las segundas oportunidades que constituían los ocho rebotes en ataque del Madrid, en el primer tiempo, se habían hecho notar bien a las claras en el igualado marcador que dejó la marcha a vestuarios. 32-30. El escenario pintaba demasiado similar al acontecido en Madrid hacía tres días.
El encuentro seguía igualado, incluso el Madrid disfrutaba de pequeñas ventajas, hasta que Carroll cometió una doble personal -antideportiva incluida- sobre Oleson, el hombre más destacado de los alaveses. Poco después se hacía con el primer rebote ofensivo del Baskonia en todo el choque. El alasqueño, un hombre de 1, 91 metros, se alzaba entre los gigantes blancos metafórica, y ahora, literalmente. Milko Bjelica le secundaba con unos minutos de excepción. El Baskonia conseguía ponerse siete arriba (54-47) y una espectacular defensa evitaba que el rival anotara en el desenlace del penúltimo periodo. Era el paradigma del partidazo defensivo de los pupilos de Dusko Ivanovic.
Pero el comienzo del último cuarto auguraba un final de vértigo. Un parcial de 2-15 otorgaba una ventaja sustancial a los blancos. Sin embargo, una nueva falta antideportiva -tres en realidad, dos para Begic y una para San Emeterio- levantaban al pabellón. Tras el revuelo creado, el cántabro encestaba un triple providencial. 60-62. El Baskonia había despertado.
Lo había hecho de un salto. Dinámico y veloz debido al contexto, el cuadro alavés forzó la prórroga cuando parecía imposible, con un Prigioni que ejercía de nuevo de veterano. En el tiempo extra, la ausencia de Begic, Tomic y Singler concedían ventaja a los locales. Pero el guión de la serie parece escrito ya y era preceptivo un final de infarto. Oleson, quién si no, anotaba de tres y Nemanja Bjelica certificaba la victoria con un tapón sobre la bocina. A falta de un partido.