Ni el pasado jueves se podía cantar victoria apreciada la complejidad del desafío ni tampoco se acaba el mundo o debe inundar el pesimismo por lo sucedido ayer. Cualquiera hubiese firmado estas momentáneas tablas que, bajo el manto protector de un Buesa Arena infernal, alumbran el pasadizo hacia la gloria de la cuarta ACB de la historia. El trayecto será largo y tortuoso, pero los cimientos se encuentran colocados para reducir al Madrid al amparo de un público enardecido que debe erigirse más que nunca en el sexto jugador. El conjunto vitoriano dilapidó, eso sí, una inmejorable oportunidad de incendiar la semifinal. Estaba groggy y pidiendo clemencia su desdibujado rival hasta que una desconexión fatal impidió dar el brusco carpetazo a una eliminatoria que, no obstante, todavía continúa en sus manos.
El 1-1 supone un botín más que positivo para las aspiraciones alavesas de incrustarse en la octava final liguera de su historia, pero queda un amargo sabor de boca porque el Madrid también pudo y debió besar la lona en un segundo partido al que se agarró más por deméritos ajenos que por sus propias virtudes enmascaradas hasta límites insospechadas. Un parcial de 10-0 mediado el tercer cuarto, presidido por la exhibición de un Velickovic en estado de combustión y la autocomplacencia visitante para hacer sangre con la tibieza merengue, sesgó las opciones de hacer saltar la banca y consintió la resurrección de un anfitrión blanco medroso que, por lo visto en estos dos duelos inaugurales, constituye un rival al alcance siempre que sea reducido al suplicio del juego posicional y no explote sus centelleantes transiciones.
El Buesa Arena, escenario que servirá para inocular otro grado de agresividad, ejercerá un poder intimidatorio sobre el rival y posiblemente cambiará la tendencia de un arbitraje sibilino que decretó el doble de faltas a los visitantes, recoge ahora el testigo de un cruce desarrollado durante muchos minutos al son deseado por el Caja Laboral. Hasta ese esperanzador 36-40, Ivanovic volvió a tener el choque en el punto ideal de maduración. Lástima que un par de triples locales en los últimos segundos de posesión, una grave pérdida de intensidad y el encefalograma plano en ataque frustraran el objetivo de dejar virtualmente sentenciado el asunto. El Madrid calentó motores empujado por un puñado de livianas defensas azulgranas, comenzó su repertorio habitual de canastas al galope inducidas por el eléctrico Llull y explotó la contundencia de un Velickovic en estado de gracia. Con Mirotic alejado de los focos debido a su lesión, el balcánico ha suplido este vacío a lo grande rememorando sus veladas más álgidas del Partizan.
El arranque soñado El Baskonia volvió a imponer su ley en unos compases iniciales que invitaron a soñar. En lo que supuso una esperanzadora prolongación del epílogo del asalto inicial, los nervios hicieron rápidamente acto de presencia en el Palacio de los Deportes ante la sombra del 0-2. La tela de araña tejida por Ivanovic volvió a dejar al Real Madrid en unos guarismos escuálidos. Bajo las mismas premisas que forjaron el primer éxito, el duelo áspero y de perfil árido discurrió por los intereses más favorables hacia el forastero. Dentro de un campo de minas, con el terreno embarrado y sin la posibilidad de jugar a campo abierto, la vistosidad merengue se resintió otra vez numerosos enteros. Y por esa vía de la defensa espertana y un encomiable trabajo de trincheras encontró la tropa alavesa la fórmula para meter el miedo en el cuerpo a un Madrid atascado, pastoso y huérfano de clarividencia.
Sin embargo, el paulatino peso de las faltas, la desaparición de hombres clave como Prigioni, Lampe y Teletovic así como dos providenciales triples de Llull y Suárez al límite de la posesión anticiparon la caída en picado. La falta de combustible en los minutos decisivos se dejó sentir. Con una rotación magullada por la ausencia de Nocioni, la anarquía del bosnio, la ternura de Milko Bjelica, la bisoñez de un Heurtel que no está preparado para estas refriegas, la nula mordiente de un Ribas incapaz de aportar soluciones ofensivas, el Baskonia quedó a merced de un conjunto que, sin hacer nada del otro mundo, firmó las tablas. El Buesa Arena, al que los gestos finales de Reyes soliviantaron el ánimo, ya espera con las garras afiladas.