La puntilla se hizo esperar más de la cuenta, pero mereció la pena. Tras treinta minutos agazapado en los que se disfrazó constantemente de perdonavidas y prolongó la respiración amarilla, un tsunami invadió La Roca en un epílogo antológico. Llevado a un símil ciclista, fue uno de esos demarrajes volcánicos propios de épocas pasadas que dejan al personal boquiabierto, ante el que merece quitarse el sombrero y simplemente aplaudir esas infatigables pedaladas hacia la cima. Cuan Eddy Merckx en sus tiempos más álgidos, el Baskonia quiso ayer aguardar su oportunidad para dejar tirado en la cuneta a su perseguidor cuando éste adoleció del aliento necesario para continuar su estela. Le coció a fuego lento hasta ver desgastadas sus fuerzas y el Gran Canaria, como la fruta madura, padeció una pájara que le impidió resistir el frenético ritmo azulgrana.
Abanderado por el instinto asesino de un renacido Oleson y la despótica hegemonía interior de un Barac cuya primorosa visión de juego constituyó una autopista hacia el cielo, los dos grandes tenores sobre los que recayeron todos los honores dentro del sensacional trabajo coral, el Caja Laboral cumplimentó el primer paso hacia su cuarta corona liguera. Resta por hollar todavía la cumbre más espinosa, pero el concluyente 76-93 sellado en tierras insulares sirve para disparar su cotización en la bolsa de cara a la inminente semifinal ante el ogro que reside en la Ciudad Condal.
El colectivo que durante tantos meses ha dado síntomas de vulnerabilidad y peligrosos tumbos a domicilio propinó por fin el anhelado golpe en la mesa que le reafirma, quizá por primera vez, como un aspirante al reinado. En la guarida más bulliciosa de la ACB, donde habita un rocoso anfitrión que siempre afila sus codos sea quien sea el forastero, la comprometida tropa de Ivanovic acreditó altas dosis de oficio, madurez y personalidad. Cierto es que volvió a hacer gala de un acierto sobrenatural -once triples en la segunda mitad-, pero todos ellos vinieron precedidos de una antológica circulación de balón y una sincronizada ejecución de los sistemas.
Con una rotación sensiblemente mayor que le permite suplir puntuales deserciones y mantener una intensidad espartana, el preparador montenegrino parece haber dado con la tecla para hacer del Baskonia un grupo más reconocible, compacto y rocoso. Aunque, de momento, está por ver si este crecimiento refrendado con una victoria de oro será suficiente para adueñarse del cotizado billete hacia la cuarta final liguera consecutiva.
toque de corneta Tras mantenerse a rebufo del anfitrión durante treinta minutos iniciales en los que sus desajustes defensivos frustraron sus esperanzas de verse arriba en el marcador, el fuego a discreción desde los 6,75 metros convirtió La Roca en un velatorio. Hallado una vez más el antídoto para reducir a Carroll, por momentos el mejor aliado gracias a sus brotes de individualismo, el camino hacia la victoria se despejó sobremanera. Oleson pidió la palabra para rememorar sus noches más gloriosas del Fuenlabrada y Barac, con alma de base en la jornada de ayer para repartir juego a mansalva desde la bombilla, cuestionó las opiniones que critican su ternura antes de que otros invitados se sumaran a la fiesta. El temple de Huertas, el trabajo multidisciplinar de San Emeterio o la efervescencia de Ribas, sin obviar esos providenciales minutos de calidad de Palacio y Dragicevic, cimentaron la nítida superioridad visitante.
Un voraz parcial de 2-15 descorchó un último cuarto resuelto con intensidad y acierto a partes iguales. Diez espectaculares minutos -los mejores de la temporada- alumbraron las vacaciones del Gran Canaria y cristalizaron la reedición de las tres últimas finales de la ACB. Mientras el modesto interiorizó resignado su cruel desenlace, el Caja Laboral exhibió en ese intervalo unos aires altaneros para reforzar su autoestima. Canastas y más canastas para evitar un pernicioso desempate, acometer por la vía rápida la defunción de un pegajoso adversario y soñar otra vez con una gesta ante el Barcelona, que quizá reviva durante estos días sus peores pesadillas. El play off entra en su momento de máxima ebullición y el vigente campeón quiere defender a capa y espada su corona. El sueño sigue vivo y el inquilino del Buesa Arena es un forjador de imposibles.