Sólo un arreón de última hora ya con casi todo perdido, apenas diez minutos decorosos que afortunadamente enmascararon los múltiples despropósitos anteriores y la desgana generalizada, evitó ayer el enésimo sonrojo a domicilio. Ganó el Baskonia, pero fue uno de esos éxitos que dejan un profundo poso de amargura por las formas. Lo hizo tras tres cuartos de profundo letargo donde cargó de razones a sus detractores acerca de su tibieza para los compromisos de alto calado. Fue un ejercicio de camuflaje liderado por la vieja guardia, el valor más sólido que conserva este grupo, y favorecido en parte por la terrible inocencia de un Joventut que justificó las causas de su precario estado.

La cuarta posición ya es una realidad para un conjunto que, pese a los solitarios brotes de raza acreditados en la recta final, desaprovechó una ocasión inmejorable para elevar su autoestima. Si a este plantel se le exigen unos ciertos mínimos para asaltar la cuarta Liga ACB de la historia, el cuadro alavés obtuvo un nuevo suspenso. Ayer tentó en exceso a la suerte frente a un oponente ingenuo que se suicidó con su pésima gestión del epílogo, donde le tembló el pulso a varios jugadores como Jelinek o Robinson. La modorra baskonista durante los primeros treinta minutos le vino de perlas a un moribundo Joventut que se desenvolvió con una alegría y desparpajo inusitados. Eso sí, más por deméritos alaveses que por sus contadísimas virtudes.

Más allá de la ajustada victoria final, sellada en los últimos compases gracias al resurgir de San Emeterio, el despiadado instinto asesino de Teletovic y el temple de Huertas desde los 4,60 metros, el choque dejó alguna conclusión significativa como el sonoro ostracismo de Logan y Batista. El estadounidense con pasaporte polaco, cuya intensidad defensiva volvió a dejar bastante que desear, fue penalizado con una importante ración de banquillo que obligará a la reflexión. El técnico balcánico sólo otorga su crédito a soldados comprometidos para acudir a la guerra y, por lo visto, parece existir en el vestuario alguna deserción preocupante con la que nadie contaba.

vacío de intensidad La descafeinada cita del Olímpico de Badalona, donde retumbó más que nunca el sonido de las zapatillas, había emergido como una ocasión idónea para disipar dudas y hallar esa ansiada regularidad, pero el Caja Laboral volvió a alimentar de dudas su maleta de viajero pusilánime y apocado. Cuando las series finales se hallan a la vuelta de la esquina y es hora de engrasar de una vez por todas la maquinaria, el desasosiego resulta cada vez más latente. Frente a un Joventut anclado en las catacumbas que sólo se jugaba la honrilla en su despedida ante la afición, la fragilidad azulgrana adquirió nuevamente tintes preocupantes.

La desidia defensiva constituyó por enésima vez una pesada losa en el equipaje. Contradiciendo los mandamientos básicos de su timonel, el Caja Laboral tendió una alfombra roja a un grupo herido y más pendiente de la llegada de las vacaciones. Huérfano de un mínimo espíritu guerrillero que pusiera en problemas las canastas locales y supeditado exclusivamente al intercambio de canastas, todo ello aderezado por la gélida temperatura ambiental en una grada reconvertida en un teatro, la tropa de Ivanovic sesteó más de la cuenta hasta caer en la autocomplacencia.

La inercia negativa de los primeros compases obligó al técnico montenegrino a buscar una mayor intensidad mediante la salida de la segunda línea. Lejos de satisfacerse este propósito, la superioridad verdinegra se hizo más patente en un segundo cuarto para olvidar saldado con 27 puntos en contra. Afortunadamente, el orgullo emergió cuando una confrontación de guante blanco agonizaba sin ningún aspecto positivo reseñable. La casta de San Emeterio, liberado ya del castigo al que le sometió con anterioridad un Hosley en estado de gracia, constituyó la rampa de lanzamiento hacia la remontada. Eso y el vértigo sufrido por el Joventut evitaron un nuevo coscorrón a domicilio. Con la llegada de los play off flotando ya en el ambiente, continúan pintando bastos.