Mamá, que voy a salir. No mamá, no sé a qué hora voy a ir a casa", le explicaba Rubén a su madre por el móvil desde la calle, justo en la puerta del bar. Daba igual que lloviera, que tronase o que el cielo se cayera sobre su cabeza. Acababa de sonar la bocina, el Baskonia era campeón de la liga ACB y lo demás daba igual. Y la grada gasteiztarra de la barra lo sabía de antemano. Aunque los bares andaban a medio gas, lejos del lleno absoluto del Buesa Arena, la ilusión estaba en su punto máximo. Todos daban ganadores a los de casa, nadie tenía dudas. Estaba claro que muchos baskonistas, dada la mala tarde que había quedado, prefirieron hacer plan casero de tele de plasma, sofá y patatas de bolsa. Pero los que se animaron a plantarse la camiseta y la bufanda y a lanzarse a la calle obtuvieron su recompensa. Mucha cerveza, ambientazo, emoción a chorros y catarsis colectiva. No fue como estar en el campo, pero casi.

Los primeros compases del partido se vivieron con tranquilidad en El Siete de la calle Cuchillería. El equipo salía enchufado y tocaba avituallamiento. Ronda de picas, cañas, completos de ternera y demás. Nada hacía presagiar que al final el estómago se quedaría hecho un nudo, pero vino bien hacer masa porque más tarde tocaría regar la fiesta con más alcohol. El primer triple de English arrancaba los aplausos iniciales y todo pintaba bien. Jonatan y Gorka, adecuadamente pertrechados con sendas camisetas, lanzaban el primer pronóstico de la tarde. Optimista, eso sí, porque vaticinaban cinco y ocho arriba respectivamente para el final del match.

El Baskonia se gustaba y el alley oop de Eliyahu caldeaba el ambiente. Nada hacía presagiar que tocaría sufrir. Y mucho. "Palacio tirando y la hostia", se oía comentar. Good vibrations, como dirían los Beach Boys.

Vázquez le hacía falta a Splitter y Morris registraba su primera en ataque. El Barça parecía fuera del partido, pero la gente a pie de barra estaba muy metida en la contienda. Y animaba con ganas. Nerea, Ana, Paula, las dos Anes, Irene, Edurne y Oihane ocupaban una mesa privilegiada al fondo del bar, desde donde se dominaba perfectamente la panorámica que ofrecía el proyector. Aún no había miedo ni nervios. "Estará complicado, pero vamos a ganar por dos", explicaba una de las chicas. "¿Por dos? No, por cuatro", le corregía otra de sus amigas.

Y llegó la segunda mitad. En el Down Street de San Prudencio la gente se agolpaba junto a la pantalla gigante. El Baskonia no conseguía despegarse definitivamente y afloraban los primeros comentarios dirigidos a los árbitros. "Parece que en el cursillo que hacen les dicen que piten lo que les dé la gana", señalaba Ander mientras en la televisión Dusko se echaba las manos a la cabeza por una falta inexplicablemente no señalada.

La cosa se enquistó en un 48 a 46 que parecía eterno y la parroquia se enfrió justo un minuto antes de afrontar los primeros momentos de desasosiego. Navarro clavaba su tercer triple, el Barcelona se ponía por delante y tocaba girar la cabeza para mirar a los compañeros con cara de "¿qué pasa?". No pasaba nada, de momento, porque Eliyahu anotaba. El Baskonia se colocaba 52 a 51 y el asunto se encarrilaba. Paz.

Toda la tensión para el último cuarto. Otro viajecito a la barra para reponer fuerzas. La agitación estaba en su punto álgido y se jaleaba todo. Eliyahu -"está haciendo el partido de su vida, tío"- robaba, anotaba y el Baskonia se apuntaba 58. Sada le hacía personal a Huertas y quedaban dos minutos y doce segundos. "Un mundo", apuntaba Bea. Pero un mundo a favor.

El sueño del triple de Ribas saltaba en pedazos con la respuesta de Navarro que anotaba otros tres, pero que fallaba el lanzamiento adicional. Nadie podía creérselo, pero el encuentro se torcía. Eliyahu lanzó para ganar y el aliento se contuvo durante un segundo que pareció una hora. Morris sacaba el balón en trayectoria descendente y el bar se venía abajo. "Robo total", gritaba Jorge. Y prórroga.

En un abrir y cerrar de ojos el Barça se ponía cinco arriba y el corazón de la grada de la barra se quedaba en un puño. Corrían los segundos y la pantalla les devolvía la fe con cuentagotas. Teletovic anotaba para quedarse dos abajo y nadie entendía nada. Pero como en todas las historias con final feliz, la magia hizo su aparición en forma de canasta válida y tiro adicional. San Emeterio se ocupó de brindar en la distancia con la afición congregada en los bares de Vitoria. Salud y gloria.