Velimir Perasovic y Dusko Ivanovic formaban la cuerda exterior del quinteto de uno de los mejores equipos que ha conocido en su historia el baloncesto europeo. En aquella Jugoplastika de Kukoc, donde también sobresalían Radja o Sobin, eran ellos quienes aportaban baloncesto desde la larga distancia. Y ayer quisieron rememorar aquellas tardes míticas.

El croata conocía a la perfección la escasez de centímetros con la que el Caja Laboral acudía a la cita. El montenegrino sabía que su ayer rival lo sabía. Y como ambos han demostrado a lo largo de sus carreras que entienden de esto, es más que probable que Perasovic supiera que Ivanovic lo sabía. En resumen: la Cibona rechazó el guión previsto y lejos de cargar los ataques sobre sus interiores, practicó un baloncesto abierto, en busca de espacios, que básicamente sacó a relucir las carencias en la pintura del equipo gasteiztarra a la hora de pelear el rebote.

Esa movilidad ofensiva del cuadro croata fue el as que Peras se sacó de la manga para evitar que el Baskonia ejerciera una labor de equipo para paliar la ausencia de sus hombres altos a la hora de cerrar el rebote. Las penetraciones de Gordon y Tomas forzaban casi siempre ayudas defensivas, que facilitaban a su vez la captura de los rechaces a los pívots croatas. Hasta catorce llegó a sumar ayer la Cibona en la canasta baskonista, un erial abandonado y donde nadie en el Caja Laboral parecía capacitado para discutir la hegemonía de los espigados pupilos de Perasovic.

Hasta que de la nada surgió un tipo extraño, de largas extremidades y modos poco ortodoxos, para mitigar la escabechina. Lior Eliyahu, una sombra durante el casi medio año que lleva en Vitoria, recuperó ayer la talla que lo había convertido en uno de los jugadores más apetecibles del continente. Sin la amenaza de saber que cualquier error lo enviaba de nuevo al banco, el israelí destapó el tarro de las esencias, mostró su clase en ataque, pero además se destapó con una entrega que la gran mayoría había puesto en duda.

Ante el absentismo habitual de Mirza Teletovic (sólo sumó dos rebotes en todo el encuentro) y una noche bastante gris de San Emeterio, Eliyahu asumió el rol determinante al que hasta ahora ni de lejos nadie habría pensado que podría opositar. Poco a poco se olvidó de Ivanovic, de las jornadas de partido sin sudar y de lo mucho que echa todavía de menos su hogar en Tel Aviv. Y entonces sucedió.

Comenzó a sumar, en ambos lados de la cancha, y contagió a un equipo que se sentía pequeño, literalmente, por la ausencia de un Tiago Splitter que todavía parece más importante cuando no está. En los primeros compases del encuentro, un par de penetraciones con falta sirvieron para recordar a sus compañeros que existía una canasta en la que debían introducir el balón. Más tarde añadiría varios tiros marca de la casa, unas extrañas bombas a una mano tan poco estéticas como difíciles de taponar, pero que fueron aproximando al Caja Laboral en el marcador. Fue, de largo, su mejor partido en ataque desde que llegó a Vitoria. Así lo reflejan los números: 22 puntos (10 de 16 en tiros de dos y 2 de 4 en tiros libres), a los que sumó un robo, un tapón y una asistencia.

Pero la sorpresa llegó en la faceta defensiva. Eliyahu parecía como inoculado por una fuerza interior que no se le conocía. Hizo lo que no hizo nadie: ponerse serio con el rebote, hasta rozar las dobles figuras y conseguir generar un oasis azulgrana en el desierto abonado al saqueo que Perasovic y su estrategia para confundir a su amigo Dusko había logrado generar.