No fue con los fuegos artificiales con lo que lo celebraron por todo lo alto en Nueva York, pero las calles de la capital alavesa también festejaron ayer, a su forma, uno de esos momentos que pasarán a la historia de esta pandemia por covid: el del fin del uso de las mascarillas en exteriores, 401 días después de que su obligatoriedad en las calles entrara en vigor el 16 de julio del año pasado. "Cuando el reloj marcó las doce de la noche hubo mucha gente en el Casco Viejo de Vitoria que se la quitó y empezaron a agitar las mascarillas sobre sus cabezas para celebrarlo", recuerdan Candelas, Susana y María José tres amigas vallisoletanas respecto a su primera noche en la capital alavesa durante su escapada exprés que hicieron a la misma "para pasar el fin de semana".

Pero ellas, sin embargo, no lo celebraron con tanta alegría, sino más bien con prudencia. Y, de hecho, no eran las únicas en así hacerlo ya que no fueron pocos los ciudadanos a los que ayer se les vio paseando con mascarilla. "No nos parece que sea adecuado quitarnos la mascarilla de golpe y creemos que mucha gente no respetará lo de tener que ponérsela si no se cumple la distancia interpersonal", opinan.

Si bien, tanto Candelas como María José se acordaron de no ponérsela en cuanto pusieron un pie en la calle. "Llevarla en la calle no era tan necesaria y menos en los pueblos, donde no hay tanta gente", destacaba la primera de ellas. A Susana, en cambio, ese 26 de junio le pilló más desprevenida. "¡Ay! Que no me había acordado que ya se podía quitar", decía sorprendida María José todavía con su mascarilla quirúrgica negra puesta. Y las que no lo hacían llevaban el cubrebocas en el bolso, "para cuando entremos a bares o tiendas y en el tren de vuelta a Valladolid, nos pondremos la FFP2".

Preguntadas por si echarán de menos posibles ventajas de llevarla, como el de hacer que no reconoces a alguien cuando va con mascarilla puesta, Susana respondía que alguna que otra sí que echará de menos. "Viene bien para el tratamiento dental que me estoy haciendo por mi colmillo", aclaraba entre risas.

Para Camila, una paraguaya afincada en la capital alavesa, el hecho de no tener que llevarla es toda una liberación, como la calificaba. "Me da mucho gusto no tener que hacerlo ahora que es verano, aunque también me da miedo por la variante India, por ejemplo", argumentaba. "Y a mí me pasa lo mismo, más que nada porque no estamos vacunados porque pertenecemos a la franja de 20 a 30 años", matizaba Andrés, su marido.

En cambio, Maruja es de las que todavía no se la quita. "Estoy acostumbrada ya y voy a tardar un poco en quitármela", explicaba esta señora que ayer llevaba una FFP2, que garantizan mayor protección que las mascarillas quirúrgicas o higiénicas.

Cuando este periódico interrogó a Maruja sobre si llevaba mascarilla porque iba de camino al supermercado, como evidenciaba la bolsa de la compra que llevaba consigo, contestaba que también era otro de los motivos. "Claro, también es por comodidad porque si voy a tener que entrar ahora al supermercado y allí es obligatorio que me la ponga, es porque es más práctico. Es más, si salga de casa sin ella puesta es probable que cuando entre al supermercado se me olvide ponérmela o incluso que se me haya olvidado llevar una mascarilla para ese momento. Es mejor así, que sacar y poner", resumía esta mujer.

Ahora, como advierte Maruja, el otro peligro está en olvidársela en casa y acordarse de ella cuando no permitan la entrada al que no la lleve cuando intente entrar en sitios.