- Nadie era capaz de imaginar el devastador impacto que el coronavirus tendría tanto a corto como a medio plazo cuando se decretó el estado de alarma hace ahora un año. El desconocimiento acerca del nuevo patógeno era todavía casi total, incluso entre la comunidad científica, y fueron muchos los que llegaron a pensar entonces que el confinamiento no se extendería durante más de las dos semanas previstas inicialmente.

Pero nada más lejos de la realidad. La primera oleada del covid-19 no había hecho sino empezar en el ámbito hospitalario y la red sanitaria de Gasteiz alcanzaría su pico de pacientes -lo sería de toda la pandemia- el 25 de marzo, diez días después del inicio de la cuarentena, cuando 372 personas llegaron a estar ingresadas simultáneamente en las plantas de Txagorritxu y Santiago. El Hospital Universitario Araba (HUA) se había convertido en pocos días en un centro dedicado casi en exclusiva a la lucha contra el coronavirus y los pacientes con pronósticos menos graves tenían que ser derivados a hospitales de fuera del territorio e incluso al hotel Lakua para liberar camas a los más críticos.

La mayoría de las -pocas- pruebas diagnósticas que se realizaban entonces tenían como destinatarias a personas sintomáticas y muchos de los pacientes llegaban a los hospitales ya con cuadros graves. Eran jornadas, además, en las que las escasas mascarillas sólo se recomendaban en el ámbito estrictamente sanitario y faltaban los equipos de protección individual (EPI). Un caldo de cultivo perfecto para la transmisión comunitaria del virus y el tsunami hospitalario posterior.

Pese a la dureza de la cuarentena, fueron necesarias dos prórrogas de 15 días más para dar por controlada la pandemia e iniciar una apresurada desescalada que concluyó en los últimos días de junio. Aunque la vuelta a esa mal llamada nueva normalidad logró salvar mínimamente el verano, no tardó en engendrar una segunda ola de la pandemia que se ha extendido todavía hasta el día de hoy.

Este segundo envite del virus ha sido muy distinto, con tres picos epidemiológicos en septiembre, noviembre y febrero, y ha estado marcado por una modulación de las restricciones en función de la intensidad de la pandemia, altibajos que al menos no han hecho necesaria una nueva cuarentena por la que sí han optado otros países.

El rastreo de contagios y los cribados selectivos de personas asintomáticas, así como la obligatoriedad de las mascarillas y las limitaciones a la movilidad, han sido clave para evitar una propagación de nuevo explosiva del virus, aunque la ansiada normalidad aún sigue lejos. La esperanza ahora es, sin duda, una campaña de vacunación que cumple ya dos meses y medio.