s mediodía y Jorge Luis, venezolano de 52 años, se recorre los viejos pisos de Olarizu para recoger las alegaciones que los okupas presentarán hoy en el Ayuntamiento contra la notificación que les da ocho días para abandonar las viviendas. Las persianas rotas, los palés de madera asomando por las ventanas, las pintadas, los pisos desvalijados hasta quedarse en el esqueleto, las fachadas ennegrecidas por el humo de chimeneas rotas, el musgo en las aceras y los cristales rotos pegados con cinta americana componen un extraño contraste en pleno Anillo Verde de Vitoria, donde centenares de vitorianos aprovechan el sol invernal para pasear rodeados de naturaleza.

Jorge Luis lleva 16 años en Vitoria, y hasta hace dos trabajaba y vivía en un piso de alquiler. Luego enfermó, se quedó sin trabajó y se refugió en Olarizu. "Hoy es el día en que vuelvo a trabajar, a desenvolverme bien, ya los músculos y la cadera están bien y puedo volver a ejercer con permiso médico", cuenta este electricista, que estuvo trabajando, cuenta, hasta el pasado viernes. "Aquí la mayoría somos gente que trabaja y el que no lo hace es porque no puede, por deterioro", asegura.

Según explica, en Olarizu "hay personas muy problemáticas, con problemas de alcohol, de droga, pero son tres o cuatro y aquí somos aquí cuarenta, cincuenta personas, esto no es tampoco una vendedera de droga ni se trapichea". Las confrontaciones "entre ciertos vecinos por los efectos del alcohol y la droga que consumen nos perjudican a los demás, pero realmente son situaciones que pasan en toda Vitoria, en toda España y en todo el mundo", afirma Jorge Luis, quien explica cómo se las arreglan los vecinos para vivir sin agua, sin luz y sin calefacción. "Nos cuidamos los unos a los otros. Hicimos una colecta para comprar un generador eléctrico que usamos por la noche. Para el agua, como las fuentes están cerradas, voy a casa de algún colega, y por la noche nos calentamos con bombonas de butano. Nos apañamos, pero la situación es bastante difícil", enfatiza.

Tampoco hay servicio de limpieza municipal en la zona, "una forma de presión inadecuada", y en cuanto a la seguridad, Jorge Luis explica que la mala fama del barrio, paradójicamente, les ha evitado problemas. "Aquí no entra cualquiera -afirma-, al principio fue duro, había más afluencia de personas haciendo usos inadecuados de los bloques". Ahora se ha establecido una norma en el barrio según la cual quien accede a los portales ha de hacerlo avalado por algún vecino, "para que no vengan a los bloques a chutarse y se convierta esto en un picadero. Nos cuidamos unos a otros -repite- y la verdad es que lo de los robos lo tenemos controlado".

En todo caso, cuando Jorge Luis entró en el piso que ocupa en Olarizu "estaba todo desvalijado". Poco a poco ha ido restaurándolo y ahora solo le queda una ventana por poner, una ventana que cada noche bloquea con una puerta para luego meterse en su habitación y mitigar así el frío, pese a lo cual considera que en su casa "está todo funcional". Incluso desde su improvisada cocina tiene una vista privilegiada del parque de Olarizu, "un sitio de puta madre" que considera la motivación del Consistorio para forzar el desalojo. Entienden los afectados que la notificación de los últimos días no puede constituir un ultimátum porque hay un periodo de alegaciones, las que presentan hoy, que han de ser respondidas.

"Han elegido el peor momento para echar a personas que se van a quedar en la calle, exponiéndose a la mortalidad tanto por el clima como por la pandemia", afirma Jorge Luis, quien siente un "acoso y agravio" por parte de la Administración hacia los okupas. "Yo no estoy aquí porque me guste, se pasa mal, no son condiciones para vivir, pero es preferible estar aquí que estar tirado en la calle sin dinero y sin nada", concluye.

Al electricista venezolano le acaba de entregar su alegación Héctor Iván Medina, colombiano que vive junto a su compatriota Jon Mauricio en un bajo de Olarizu. "A Jorge Luis le damos corriente eléctrica, hacemos colectas para comprar el gasoil, tratamos de vivir lo mejor posible, tratamos de tener todo aseado", explica Héctor, que trabaja cuidando a personas mayores "una horita o dos, para la comida, pero con la pandemia es muy difícil".

Héctor enseña su casa a DIARIO NOTICIAS DE ÁLAVA "para que vean que no todos los okupas son gamines (los niños de la calle de la Bogotá del siglo XX). "Pedimos una reubicación, pagar cien euros, con luz, agua, no estoy en condiciones de hacerlo, pero puedo hacer un esfuerzo y pagar. Lo que no he pagado en alquiler es lo que mi familia ha comido en Colombia; ese es el sacrificio que estoy haciendo para poder mandarles algo a ellos", afirma Héctor, que piensa regresar algún día porque "me faltan mucho".

Nunca imaginó que viviría en un "suburbio", pero acabó entrando en un piso desvalijado de Olarizu y los vecinos le propusieron cambiarse al que ocupa ahora con la condición de que lo restaurara. "Me conocían y saben que soy serio; he cambiado puertas y ventanas para vivir como uno quiere vivir. Con luz y agua esto sería un piso común y corriente", asegura Héctor, a quien se le ofreció "una cama en un albergue" que decidió rechazar.

Para él y Jon Mauricio lo peor de Olarizu es "el frío, la luz y el agua, y el acoso de la Policía". Explica que tienen que rellenar bidones de agua "rapidito rapidito" en las tomas de riego antes de ser interceptados, pero también subraya que "hay mucha gente en esta situación y otros que están peor, sin techo".

Rosa no se llama Rosa pero prefiere no dar su nombre y "hacer cosas desde el anonimato" para proteger a sus dos hijos, con los que vive en un piso de Olarizu desde junio del año pasado, acompañada también por su padre y sus hermanos. "Cada portal se resuelve la vida como puede, en mi caso con una planta eléctrica", explica esta vitoriana de orígenes dominicanos que estudia microinformática y trabajaba hasta que llegaron la pandemia y los ERTE. "Aquí cada cual tiene su propia historia, creo que en eso se resume todo. Yo antes vivía en un piso de alquiler y luego en un piso tutelado, pero tuve problemas con una compañera, nos echaron a las dos y vine a Olarizu", explica.

José Estévez Nsue Nsue Ekiri, de Guinea Ecuatorial, trabajó hasta 2009. La crisis económica le dejó sin empleo, "y luego llegó el covid y todo esto y me he quedado jodido". José asegura con vehemencia que nunca ha recibido ayudas, que ha cotizado en Euskadi y que debería tener el reconocimiento por ello de la Seguridad Social. "Llevo viviendo aquí dos años y pico, antes vivía en la calle, no tenía dónde meterme y vine aquí", afirma José, que pide "un trabajo, una oportunidad".

Rosa trabajaba hasta que llegó la pandemia, estudia microinformática y vive con su padre, sus hermanos y sus dos hijos

"No estoy aquí porque me guste, se pasa mal, pero es mejor que estar tirado en la calle "

Okupa en Olarizu

"Lo que no pago en alquiler es lo que come mi familia en Colombia; ese es mi sacrificio"

Okupa en Olarizu

"Trabajé hasta 2009; luego llegaron la crisis, el covid y todo esto y me he quedado jodido"

Okupa en Olarizu