a gasteiztarra Amaia Allende no puede contener las lágrimas al revivir la historia de su abuelo Constancio, sacado de casa "a la fuerza" por falangistas en los compases iniciales de la Guerra Civil y obligado a alistarse en el bando sublevado. "Mi aita tenía un año y medio y se quedó en la puerta llorando y gritando", rememora Amaia, poniendo voz al testimonio que su abuela Gertrudisle transmitió en vida. Fue el último día que lo vieron. Pocos meses después, Gertrudis recibió la peor noticia posible. Constancio había muerto en el frente. "Mi abuela, que era totalmente contraria a esas ideas, no supo nada de lo que pasó. No le dijeron absolutamente nada más. Y mi aita -hijo único- vivió toda la vida sin saber qué había sido de él. Si estaba vivo, muerto, en una cuneta...", rememora Amaia.

La historia, sintéticamente, continuó así: Constancio, que aunque había nacido en Vallarta de Bureba (Burgos) residía en Vitoria al ser reclutado, perdió la vida en combate el 2 de noviembre de 1936 muy lejos del hogar familiar, concretamente en Sigüenza (Guadalajara). Tenía 31 años. Fue enterrado apenas un día después en el cementerio vitoriano de Santa Isabel, aunque su esposa y su hijo jamás lo supieron. Tampoco, lógicamente, que casi 23 años después, el 26 de mayo de 1959, sus restos fueron trasladados al Valle de los Caídos e inhumados allí por segunda vez.

"Mi aita murió cuando yo tenía seis años, pero siempre he sido un culo inquieto y le preguntaba a la abuela muchas veces sobre qué había pasado con el abuelo. Y siempre me decía lo mismo: Murió en la guerra. Le dolía. Era una especie de tabú. No quería saber absolutamente nada", evoca Amaia. Pero la innata curiosidad de esta vitoriana, que durante años ha rebuscado entre documentos históricos para saber "algo más" sobre su abuelo e incluso preguntó en el Archivo de Salamanca, dio finalmente sus frutos el año pasado.

Sucedió durante el confinamiento, cuando "como por arte de magia" encontró un archivo en Internet donde aparecía información sobre Constancio, sus orígenes burgaleses y Cuelgamuros, donde se asienta la cruz del Valle de los Caídos. Tirando del hilo, Amaia accedió a un listado que se encontraba en manos de Gogora, el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, con una vasta relación de ciudadanos vascos inhumados en la basílica madrileña. Y contactó con la entidad dependiente del Gobierno Vasco. "Gogora sabía más que nosotros", apunta Amaia, que ni siquiera conserva foto alguna de su abuelo.

La de esta gasteiztarra es una de las 19 familias vascas que recientemente han obtenido el certificado de reconocimiento de su derecho a la exhumación de sus respectivos familiares del Valle de los Caídos. En total son 20, porque una de ellas aspira a recuperar los restos de dos allegados. Cuatro familias más se encuentran en trámites. En el conjunto del Estado son 54 las que han logrado dicho documento. Gogora ha asesorado y acompañado a las familias vascas en este proceso y será la encargada de realizar próximamente las pruebas de ADN necesarias para un futuro cotejo.

Pese al camino ya recorrido, la exhumación no será a priori sencilla debido al mal estado en que se encuentran las cajas y las criptas. El número de restos humanos alcanza en la basílica los 33.000, aunque la esperanza reside en el hecho de que sí se conoce la ubicación de la veintena de vascos enterrados cuyas familias ya han obtenido el permiso. Se calcula que en el Valle de los Caídos hay más de 1.300 vascos inhumados, de los que tres centenares fueron trasladados allí sin identificar y en muchos casos sin el consentimiento de sus familias.

Constancio no es el único alavés cuyos restos descansan en el Valle de los Caídos. Otro caso identificado y con los trámites de exhumación en marcha es el de Florencio Fernández de Larrinoa, nacido en la localidad de Acosta (Zigoitia) en 1911, y que también tuvo que incorporarse a las filas del bando sublevado a los 25 años de edad. Por aquel entonces, Florencio se encontraba realizando el servicio militar y el 2 de octubre de 1936, con buena parte de Álava ya bajo control de los golpistas, dejó atrás su casa y a su familia -era soltero y no tenía descendencia- para trasladarse inmediatamente a Vitoria. Una vez allí, le destinaron al Batallón de montaña Flandes número 5. Falleció meses después, el 15 de junio de 1937, en la localidad vizcaína de Dima. Posteriormente fue también inhumado en Santa Isabel y trasladado, el 23 de marzo de 1959, al Valle de los Caídos.

Estíbaliz Lafuente y Xabi Moreno, sobrina y sobrino nieto de Florencio, ponen voz a la breve y dura historia de su familiar, la que compartieron tantos jóvenes que tuvieron que vivir en primera persona los horrores de la guerra. Todo lo que saben es gracias a que Florencio dejó testimonio escrito de sus memorias en un diario de guerra que la familia, generación tras generación, ha guardado como un pequeño tesoro. En él relata, por ejemplo, cómo supo que Acosta, situada en una de las mayores encrucijadas del conflicto armado en el País Vasco, fue asediada por el ejército republicano y que en su entorno se vivió "un intenso tiroteo y cañoneo". O cómo le informaron de la orden de lanzar "bombas de 250 kilos" sobre su "idolatrado" pueblo.

La ofensiva, efectivamente, llegó hasta la casa familiar de Florencio, donde su padre Román y el cura del pueblo que residía allí fueron detenidos y llevados a Bilbao, quedando así separados de su madre Ángela y su hermana Valentina, también desplazadas de su casa tiempo después, durante años. Todos ellos pudieron reencontrarse en el hogar, sanos y salvos, una vez terminada la guerra, aunque lamentablemente supieron que Florencio había muerto poco antes de la toma de Bilbao por las tropas franquistas. Antes de ello, el joven daba cuenta en su diario de estremecedores pasajes como éste: "Después de cenar algo de rancho frío y a la oscuridad nos acostamos sobre el terreno enlodado y regado con la sangre de nuestros compañeros y que aún a nuestra vera dormían el sueño helado de la eternidad".

Estíbaliz, que hoy en día vive en la misma casa familiar de Acosta, tenía sólo nueve años cuando las autoridades franquistas se presentaron allí para comunicarles que Florencio iba a ser trasladado al Valle de los Caídos. Como en tantos otros casos, en contra de la voluntad de la familia. "Pero era el año 1959 y en aquellos tiempos no se podía decir que no", rememora. Román, que ya se encontraba muy enfermo, fallecería pocos días después sabiendo que los restos de su hijo ya descansaban a cientos de kilómetros.

El impulso del sacerdote Félix Placer, siempre interesado en la recuperación de la memoria histórica y buen amigo de la familia, y la labor que el colectivo Abadelaueta ha realizado en Zigoitia por arrojar luz sobre las huellas que el conflicto dejó en la comarca han sido decisivos para que hace ahora alrededor de un año Estíbaliz y Xabi pusieran en marcha el proceso de exhumación de Florencio de la mano de Gogora. La familia tiene ya en su poder un documento de Patrimonio Nacional, fechado el 10 de marzo del pasado 2020, que certifica la presencia ya conocida de Florencio en el Valle de los Caídos, en el columbario 260. "Siento una emotividad brutal y me transmite mucha sensibilidad leer su diario. Y sé que este hombre no va a descansar tranquilo hasta que sus restos no estén en el cementerio de Acosta", subraya su sobrino nieto.

A juicio de Xabi, "descubrir todo lo que sufrió esa generación" después de tantos años de silencio y tabú es importante. Y aunque asume que la exhumación de los restos puede ser imposible debido al mal estado de las criptas, "todo este camino está mereciendo la pena" para restaurar la memoria de su familiar. "Conseguirlo nos daría mucha alegría y mucha satisfacción después de todo", apostilla Estíbaliz.

Una reflexión compartida por Amaia Allende, quien reconoce que exhumar a su abuelo Constancio de Cuelgamuros supondría para sus familiares "cerrar el círculo". Si todo sale bien, le inhumarán de nuevo en el panteón familiar que tienen en el cementerio gasteiztarra de El Salvador, donde descansan su mujer, Gertrudis, y su hijo Esteban. "Moralmente, para nosotros, conseguirlo será saber que podrá estar donde tiene que estar. Será un alivio", remarca Amaia, emocionada, al otro lado del teléfono. La nieta de Constancio sólo espera que la toma de muestras de ADN se materialice lo antes posible para poder, por fin, intervenir. "Después de 55 años se puede esperar un poco más, porque lo importante es sacarlo de allí. Ni él ni nadie debería estar allí ni debería haber ningún mausoleo espeluznante como éste", zanja Amaia.

Amaia encontró hace menos de un año y "como por arte de magia" en Internet un archivo con información sobre su abuelo, sus orígenes y Cuelgamuros. Fue a partir de ahí cuando pudo reconstruir una historia desconocida para su familia.

La familia de Florencio guarda como si se tratase de un pequeño tesoro un diario de guerra donde el joven dejó testimonio escrito de sus memorias. Conservarlo ha sido fundamental para reconstruir sus últimos años.

Florencio Fernández de Larrinoa, nacido en la localidad de Acosta (Zigoitia) en 1911, tuvo que incorporarse a las filas del bando sublevado con sólo 25 años de edad. Murió en Dima poco después de cumplir los 26.

"Cerrar el duelo". "Todavía en 2020 hay miles de familias que no han podido cerrar su duelo". Con estas palabras, la consejera de Igualdad del Gobierno Vasco, Beatriz Artolazabal, defendía el pasado diciembre el proceso iniciado por Gogora para sacar del Valle de los Caídos, por ahora, a una veintena de víctimas del conflicto. Artolazabal se comprometió también a "reconstruir" las historias de tantos jóvenes, como Constancio y Florencio, "que vieron truncados sus proyectos de vida por aquella guerra injusta".

El sobrino nieto de Florencio reconoce sentir "una emotividad brutal" al leer su diario.

La sobrina de Florencio, que vivió cuando era una niña su traslado al Valle, pone voz a su deseo.

La nieta de Constancio, que no ha sabido de su destino hasta hace pocos meses, confía en que el proceso llegue a buen puerto.

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Solicitudes han obtenido el reconocimiento del derecho a la exhumación en todo el Estado.