Cuando en Vitoria se sustituyó el vetusto puente de Portal de Castilla por el vanguardista azul, supongo que nadie pensaría que el trozo de chatarra que se extirpó tuviera el ciclo vital que fue a tener, presidiendo durante más de una década la entrada a Vitoria desde Bilbao. Con ese provisionalismo inicial que se perpetúa en el tiempo se empieza a observar la figura de Alberto, que cumple un año en el Alavés. Como le ocurrió a Di Matteo con la Champions que ganó en el Chelsea, o al PSOE con las generales que se llevó en 2004, nadie atribuye mucha cuota de mérito a Alberto en la salvación del año pasado. Después de las destituciones de Natxo y Mandiá, el exportero consiguió el trabajo como cuenta el Jefe Wiggum que alcanzó la jefatura de Policía de Springfield: porque era el primero que pasaba por allí. No pretendo que esto sea visto como un menosprecio, ni mucho menos. Del Bosque era un currela del fútbol antes de que las circunstancias y la desesperación le convirtieran en solución última de un equipo a la deriva. No hace falta enumerar lo que ha ganado después. Dicen que el éxito se da cuando preparación y oportunidad se juntan. Si Ancelotti debe su continuidad a Ramos, la de Alberto fue la consecuencia del gol de Guzmán y de la parálisis que genera conseguir un objetivo, sea de la manera que sea. Ni la permanencia consiguió el quórum en la planta noble de Cervantes, en cualquier caso, pero finalmente pesó la ascendencia de Zubillaga para mantener a uno de sus potentados. Todo lo que está ocurriendo esta temporada es achacable a Alberto. Por suerte, la cínica palabra autogestión nunca ha traspasado las fronteras de la capital y su entorno, y no se ha llegado al pernicioso punto en el que, si no gusta un entrenador, las derrotas son su culpa y las victorias el fruto del cooperativismo de los futbolistas. Alberto es responsable de partidos como los de Sabadell o Llagostera pero también de exhibiciones como la del Zaragoza o el Mallorca. Su manera de gestionar el vestuario ha calado entre los jugadores, que están a muerte con él. No es un sargento y es un jefe cercano al que le gusta contar con la opinión de sus subordinados. Su libreto en el día a día es ameno y los entrenamientos en ningún caso son tediosos y sí dinámicos. Lo que no vale con técnicos como Alberto es supeditar el escrutinio a los resultados ni tachar de románticos a los que piensan que otro fútbol es posible. Con una salvación que parece en franquía, y un técnico que tiene el vestuario por la mano, quizás solo falte apostar definitivamente por ese Alavés espídico que se ha visto en Mendizorroza en el último mes. La comunión del equipo y la afición está en máximo históricos en los últimos tiempos. Obviamente las victorias y el desahogo clasificatorio juegan un papel crucial, pero también es fruto del cómo han llegado las cosas. Sin complejos y sin conocer la palabra rendirse. Esta decena de partidos y el momentum que se genere de cara a la temporada que viene pueden ser cruciales para Alberto, el provisional que no emociona pero cumple. No sé si es suficiente.