Santander - El Deportivo Alavés estaba siendo el protagonista de una historia difícil de entender en el fútbol actual. Cuando la mayor parte de los goles que se consiguen en el balompié vienen propiciados por jugadas a balón parado, el cuadro vitoriano solo había conseguido un tanto en este tipo de acciones. Y, encima, fue de rebote. El de Migue en la visita a Osasuna tras un despeje errático de Asier Riesgo que golpeó en el central catalán. Pero si rara era esta situación, casi más aún lo era la de la imbatibilidad de Manu Fernández en jugadas procedentes del juego de estrategia de los oponentes más allá de aquella falta directa que el barcelonista Grimaldo alojó pegada al palo. Ver para creer que ningún tanto de los encajados por el meta gijonés hubiese llegado a balón parado. Parecía cuestión de tiempo que un saque de esquina o una falta en las cercanías del área acabasen en gol en contra y ayer le tocó padecer al cuadro albiazul uno tanto de ese tipo, de esos que tan duelen. Más aún cuando llegan de manera extraña. Y es que tras un remate al palo de cabeza de Saúl que se fue envenenando cuando parecía marcharse fuera, el rechace le quedó franco a Soria ante la pasividad de la zaga para batir al cancerbero alavesista y poner al Racing por delante en el marcador.
Como contrapunto a esa diana que supuso casi todo el peligro ofensivo de un cuadro santanderino que no mostró mucho más en todo el partido, el Alavés volvió a sacar a pasear sus particulares miserias. Las que le lastran cuando se interna en el área rival y también las mismas que le impiden mostrar una mínima efectividad cuando hay que ejecutar las jugadas de estrategia. Parece que a este equipo le da lo mismo sacar varias veces desde la esquina o hacerlo en forma de falta en las proximidades del área. Su incapacidad para rematar con cierta puntería en la misma en todo tipo de acciones. Tanto es así que, dejando al margen los dos penaltis marcados y también el errado ante el Barça B, todo el acierto de estrategia hay que encontrarlo en un error del guardameta de Osasuna a la hora de blocar un balón que acabó rebotando en un Migue que pasaba por allí.
Para subsanar en parte este alarmante desacierto, ayer apareció en escena un Manu Barreiro que consiguió marcar su tercer gol consecutivo. Y lo hizo mediante una especialidad que ya sacó a relucir en etapas anteriores. Como la última ante el Racing de Ferrol. El ariete compostelano sacó a relucir su pegada en una falta directa que ajustó junto al palo de un Raúl Fernández que nada pudo hacer ante el disparo del gallego. Ahí, donde es imposible que un portero llegue a no ser que se juegue la integridad física. Pegado al poste puso el balón un Barreiro que sacó a pasear su alma de ejecutor para rescatar un punto que de nuevo se marchaba por el desagüe.
Quien a hierro mata, a hierro muere. De esa manera, a balón parado, estuvo a punto de sucumbir un Alavés que por vez primera en toda la campaña encajaba un gol a balón parado. Pero, justo a tiempo, los albiazules, del pie de Barreiro, echaron mano de esa misma suerte que tantas veces le ha dado la espalda en lo que va de curso para firmar un empate que en nada hizo justicia con el juego y las oportunidades vistas sobre el césped de El Sardinero. Pero, al menos, se encontró ese acierto perdido.
Malas formas. David González Pescador, hombre fuerte del Racing, amenazó a varios periodistas de Vitoria con la expulsión del estadio por no querer ceder sus DNI, una medida que no requiere ningún club adscrito a la Liga de Fútbol Profesional.