Lugo. El patrimonio más importante que tiene el Deportivo Alavés, su afición, volvió a dejar ayer momentos inolvidables, dando una auténtica lección de cómo se anima a un equipo en sus peores momentos. Pocos clubes habrá que hayan sufrido tantos varapalos como los que acumula El Glorioso a lo largo de los últimos años, pero en ningún sitio falta una mano amiga que pase por encima del hombro en esos instantes en los que la desazón lo puede todo. Más de setecientos alavesistas se plantaron ayer en Lugo con las ganas de asistir a una noche de vino y rosas, pero el final fue repetido al que se ha vivido tantas veces hace tan poco tiempo. Hiel en el paladar y muchas lágrimas. Lágrimas por ti, Alavés.

La jornada comenzó temprano para el alavesismo con el inicio de un viaje a primera hora de la mañana que les sirvió para divisar las murallas romanas de Lugo justo a la hora del tentempié. Las rúas colindantes a la Catedral de Santa María se convirtieron en el punto de encuentro de todos los albiazules desplazados hasta tierras gallegas, que no desaprovecharon la ocasión para seguir tejiendo una bonita amistad con la afición lucense, con la que ya brindaron hace apenas siete días en el Casco Viejo vitoriano. Eso, en el caso de los que decidieron desplazarse ayer, alguno de ellos buscando todavía entradas hasta el último segundo, porque el contingente alavesista comenzó a llegar en constante goteo hasta Lugo desde el pasado jueves, por lo que no fueron pocos los que aprovecharon el tiempo para descubrir la noche y la gastronomía de la antigua ciudad amurallada.

También los futbolistas recibieron las visitas de muchos familiares y uno de los que más congregó fue Tiago Mesquita. Los allegados del portugués aprovecharon la cercanía con su tierra de origen para subirse al coche y ver al lateral en el banquillo, aunque no fue el único que tuvo el apoyo de su familia para pasar el mal trago.

Mención especial en este equipo merecen Javi Montoya y Josetxo Lapoujade. Los dos jóvenes del filial que se han entrenado con el primer equipo a lo largo de toda la temporada no tuvieron reparos en subirse al coche, cual aficionados. Los dos arribaron al estadio con el himno del Glorioso atronando en los altavoces del vehículo.

Lo mismo hicieron otros trabajadores del club como Fernando Domezain, Edu Carrera, Igor Arteaga, Izarne Lozano o Felipe Ruiz de Eguilaz, quienes ayer fueron unos aficionados más en las gradas del Anxo Carro, donde la megafonía no dejó de atronar ni un solo segundo.

Todos los ánimos del mundo y un final regado por lágrimas, por tristeza, por desesperanza. Jugadores y aficionados se fundieron en un abrazo. El sueño estaba roto.