Cuenta la leyenda que el rey Felipe II trajo a España a un grupo de holandeses expertos en la fundición de campanas para que llevaran los ecos del cristianismo hasta el último rincón de la Península. Estos maestros artesanos se establecieron en las cercanías de Laredo, donde enseñaron su oficio a los habitantes de la zona. Se iniciaba así una tradición que, cinco siglos después, todavía mantiene sus señas de identidad en la empresa familiar Hermanos Portilla de Santander.

Estos, junto a los Ocampo de Pontevedra, Ismael Iglesias de Burgos, los Rivera de Montehermoso en Cáceres y Heredero Campanas Murua de Álava, protagonizaron ayer en Amurrio la principal novedad del concierto de campanas que organiza, desde hace 19 años, la asociación de campaneros local, con el objetivo de rescatar del olvido los toques tradicionales que antaño servían tanto para alertar de incendios y tormentas o convocar trabajos comunitarios, como para anunciar nacimientos o muertes.

Se trataba de una mesa redonda de fundidores a nivel nacional, que tuvo por moderadora a Pilar Panero, profesora de Literatura y Antropología de la Universidad de Valladolid, que desde 2005 está vinculada a la Cátedra de Estudios sobre la Tradición, donde sus principales líneas de investigación son el patrimonio cultural, la religiosidad popular y la literatura desde la antropología.

No en vano, durante muchos siglos, las campanas han desempeñado un papel fundamental en la vida de los pueblos, pues eran el único sistema de comunicación del que se disponía y, aunque en las sociedades de nuestros días hayan dejado de tener esa función, sí continúan teniendo un importante valor espiritual porque cuando tañen, para avisar de la misa o anunciar un fallecimiento de un vecino, contribuyen a mantener los valores y el sentimiento de unión entre todos los habitantes de un pueblo. Es decir, “cumplen una importante función socializadora porque son un anclaje a la vida de nuestros ancestros, un patrimonio cultural que se puede y debe usar”, subrayó Panero.

Amurrio albergó un encuentro nacional de maestros fundidores en el marco del XIX concierto de campanas Redacción DNA

Oficio ancestral con futuro

En Amurrio algo saben de ello, tras casi 20 años celebrando esta cita en la que no es la primera vez que participaban los Hermanos Portilla de Cantabria. De hecho, han llegado a hacer una demostración de su oficio, creando una campana mediante la construcción de un horno perecedero y ya desaparecido en las inmediaciones, imitando a sus abuelos cuando debían desplazarse hasta la catedral o iglesia a la que se iba a destinar su creación, pues su peso y las dificultades para el transporte provocaban que las campanas tuvieran que elaborarse cerca de su futura morada.

A ello se sumó en 2007 la fabricación de la campana romana de 1.000 kilos de bronce que se colocó en la torre del reloj de la parroquia Santa María, en sustitución de otra de 1614, que se encontraba dañada, al faltarle un trozo y tener una pequeña grieta, de la que se aprovechó el yugo y el badajo, y que se convirtió en el monumento a estas piezas armónicas que puede contemplarse, desde entonces, sobre la fuente situada en la plaza Urrutia Jauregiko Landa.

Y es que la mayoría de las campanas duran entre cuatro y cinco siglos. Se fabrican en bronce, por lo que ya eran un botín de guerra muy preciado en la época de Almanzor y, parece que sigue siéndolo, a tenor de los robos que se han producido en los últimos años en zonas rurales alavesas como Quejana o Zuazo de Kuartango.

Respecto al futuro de este oficio, los fundidores Luis Murua de Vitoria y Gabriel Rivera de Cáceres, que anda ultimando un museo de este oficio en Montehermoso, coincidieron en que lo tiene “porque ha surgido un nuevo mercado en torno a los carillones”. No obstante, a nivel de conocimiento cultural y social, reconocieron que “España está a años luz de países como Bélgica, aunque se empieza a introducir ahora”. Por poner un ejemplo, aseguraron que “el 90% de los relojes mecánicos que tenemos están parados”.

El carillón más grande

En el encuentro de ayer en Amurrio tampoco faltó el ya habitual concierto de carillón y de toques tradicionales de campanas, acompañado del no menos tradicional pintxo pote al precio de un euro, en el exterior de la parroquia. No en vano, ésta acoge en su seno 31 campanas de bronce, de las que 25 componen un magnífico carillón, propiedad del pueblo y un conjunto digital único en Álava y “el primero de Euskadi, por delante del de la Basílica de Begoña en Bilbao, que solo tiene 24. De hecho, es el sexto más grande de toda España”, hace hincapié el portavoz de la Asociación de Campaneros de Amurrio, José Luis Albizua.