Resultaba difícil no ser víctima de un prejuicioso desconcierto ante la figura de Nadine Gordimer, tan discreta, tan menuda, tan aparentemente frágil, y su carácter, tan fuerte, tan decidido y rayano en las malas pulgas cuando su interlocutor intentaba cruzar la frontera de su sacrosanta intimidad.
El recientemente fallecido Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz, le hizo en su día un extraño cumplido: "Es usted tan pequeña que podría guardarla en el bolsillo de atrás de mi pantalón, pero es un gigante en todos los demás aspectos".
De sobra conocía el arzobispo la valentía y el nivel de compromiso que se necesitaban para posicionarse públicamente como lo hizo la escritora sudafricana durante toda su vida. Él mismo afirmó que "si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor". Hija de inmigrantes judíos de clase media, Nadine Gordimer nació el 20 de noviembre de 1923 en Springs, una población minera próxima a Johannesburgo.
La discriminación gozaba de rango de ley en un país que había institucionalizado el racismo y normalizado la represión
Fue su llegada oficial al mundo, aunque no su único nacimiento. Así se lo explicaba, en una entrevista concedida en 1995, al periodista Juan Ramón Iborra: "Cuando naces en Sudáfrica y eres blanco, lo haces normalmente; bueno, como todos los niños. Pero luego vuelves a nacer otra vez, cuando comienzas a comprender a la sociedad que te rodea. Cuando te das cuenta de que has vivido en una burbuja".
Esa burbuja de privilegios, reservada a la clase blanca dominante, estalló para ella cuando, ya de niña, empezó a percibir que si bien la población negra era mayoritaria, nunca se la cruzaba en el colegio, en las sesiones de cine de los sábados por la tarde o en la biblioteca pública. La discriminación, comprendió muy pronto, gozaba de rango de ley en un país, el suyo, que había institucionalizado el racismo y normalizado, a tal efecto, la represión, la tortura o el asesinato.
Voraz lectora y autodidacta y precoz escritora, convirtió esta lacerante realidad en el tema central de su creación literaria y ensayística. La degeneración humana de la que nació -y se alimentó- el apartheid late en el fondo de la mayoría de sus libros. Con una prosa minimalista, sobria y pulcra, cargada de dramatismo pero exenta de sentimentalismo, supo convertir sus obras de ficción en caballos de Troya para su compromiso político y personal.
Como consecuencia, varias de ellas fueron prohibidas por las autoridades sudafricanas. Fue el caso, por ejemplo, de La hija de Burger (1979), una de sus más célebres novelas; por "propagar opiniones comunistas", "crear una psicosis de revolución y rebelión" y "realizar varios ataques desenfrenados contra la autoridad encargada del mantenimiento de la ley y el orden y la seguridad del estado". Grandes clásicos, en resumen, del argumentario censor.
Su implicación trascendió las fronteras literarias para, infringiendo la ley, sumarse de forma activa al entonces prohibido Congreso Nacional Africano, en cuyo seno acabaría forjando una estrecha amistad con su líder y futuro presidente del país, Nelson Mandela. La escritora fue, de hecho, una de las primeras personas con las que Madiba quiso reunirse cuando fue liberado, tras pasar 27 años entre rejas.
Ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1991, el mismo año en el que se abolió el régimen del apartheid, Nadine Gordimer fue, en palabras de la Academia Sueca, una voz "capaz de encender una hoguera en cada página".
No ocultó su desilusión al comprobar que el fin de aquel criminal sistema no atenuó la pobreza ni atajó la corrupción. Que los viejos ideales revolucionarios acabaron sucumbiendo, como suelen, a la codicia y el abuso de poder.
Murió en Johannesburgo, el 13 de julio de 2014, a los 90 años. Hasta entonces mantuvo la costumbre de escribir cada mañana, desde las 9:00 hasta la hora de comer; y de rezongar, con su proverbial mal humor, ante las interrupciones.