las movilizaciones para reivindicar la plena igualdad entre mujeres y hombres se extenderán hoy, 8 de marzo, a través de medio mundo, un fiel reflejo del carácter intercultural de esta lucha. Y Álava, como pequeño mapamundi que es, va a ver también tomadas sus calles durante todo este domingo por miles de mujeres diversas en procedencias y culturas. Mujeres como Magga Kristjánsdóttir, Sabah El Khobri y Jimena Bandeira, vecinas de Gasteiz pero de diferentes orígenes, que se han animado a reflexionar con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA sobre el largo camino que resta por transitar en este ámbito. Tres perspectivas de una lucha común contra opresiones que se entrelazan y van más allá del propio machismo. Que atacan a la diversidad cultural, social, sexual o funcional. Testimonios que comparten algunas razones para la esperanza , pero también motivos suficientes para seguir alzando la voz.
El 24 de octubre de 1975, hace casi 45 años, miles de mujeres de Islandia, hartas de la precariedad salarial o de la falta de reconocimiento de su rol en la sociedad, decidieron tomarse el día libre para hacer visible su situación. Fue una huelga feminista a la que se sumó el 90% de las islandesas, que dejaron de trabajar, de cocinar y de cuidar, paralizando un país nórdico que con el tiempo y varias movilizaciones similares más se ha convertido en el espejo donde mirarse en el ámbito de las políticas de igualdad. Kristjánsdóttir, islandesa de la pequeña localidad norteña de Blönduós, vendría al mundo seis años después de aquel hito del feminismo, que explica por qué este país encabeza desde hace años el ranking de equidad de género del Foro económico mundial. Entre otras cosas, por contar con una tasa de empleo femenino superior al 85%, un permiso de paternidad de 90 días equiparado al de maternidad desde hace 15 años, paridad en los consejos de los organismos públicos o haber sido el primer estado en obligar a las empresas a demostrar, a través de un certificado de igualdad salarial, que pagan igual a ambos sexos.
"Nunca sentí que no fuera capaz de hacer cosas y nunca supe de machismo hasta que llegué a Reykjavík", reflexiona Kristjánsdóttir, recordando un lamentable episodio puntual en la capital de su país, donde un taxista le dirigió eso de que "las mujeres no tendrían que conducir" tras un pequeño accidente en el que, por cierto, ella no tuvo la culpa. Las cosas cambiaron al establecerse en Londres unos años después y posteriormente en Euskal Herria, donde Kristjánsdóttir ha sido también vecina de Bergara y Arrasate. Cuestionada al respecto, reconoce que la situación aquí, al menos al hablar de machismo, es "peor" respecto a su país de origen, en aspectos tan diversos como el lenguaje o la seguridad, la percibida pero también la real. "Cambiar de ruta al volver a casa por miedo a que me puedan hacer algo es algo que nunca me había pasado en Islandia, y me incomoda mucho", ejemplifica Kristjánsdóttir. Trabajadora de la hostelería, en Gasteiz, donde reside desde hace cuatro años y medio, también ha tenido que convivir con los comentarios de tinte machista. Varios ejemplos: "A menudo me preguntan si he venido aquí por amor. Pero a mi compañero extranjero, nunca", apunta. Y prosigue: "Los chicos suelen decirme que tengo que echar más alcohol a sus copas, como si no supiera hacerlo. Y luego, el tema de las sonrisas... ¿A los camareros se les pide estar así?", cuestiona Kristjánsdóttir.
barreras La incorporación de las mujeres migrantes al mercado laboral local ha sido una constante durante la historia reciente, desde que Álava es el territorio de acogida que conocemos. Sin embargo, muchas de ellas han ocupado los puestos de trabajo más precarios, vinculados en muchos casos al cuidado, y los orígenes culturales suponen también una barrera para acceder a determinados empleos que exigen una mayor cualificación. Sabah El Khobri, natural de la localidad marroquí de Taorirt y vecina de Gasteiz desde el año 2001, ha perdido ya la cuenta de los trabajos que ha tenido que rechazar porque para incorporarse a ellos le obligaban a quitarse el pañuelo que cubre su cabeza, "una obligación religiosa" que muchas mujeres más cumplen en la ciudad. "Para mí, sería perder mi identidad", describe gráficamente El Khobri, licenciada en Geografía e Historia que ahora trabaja como autónoma en labores de traducción e interpretación. Esta vecina lanza también un nítido mensaje para quienes vinculan el islam con el machismo: "A mí nadie me ha obligado a llevar el pañuelo, ni mi padre, ni mi madre, ni mi marido. Lo llevo porque tengo fe", avisa. De la misma forma, vincula la "muy complicada" situación de su país de origen en el ámbito de la igualdad de género a "costumbres y tradiciones" que "nada que ver" tienen con la religión y sí mucho con la educación.
Aunque personalmente se siente "satisfecha" con su situación aquí, sobre todo en comparación con las mujeres refugiadas a las que suele acompañar también como voluntaria, El Khobri asume que hay "mucho camino por recorrer" para alcanzar esa igualdad. Una batalla atravesada también por el racismo, por "los prejuicios" hacia las mujeres de orígenes distintos y el "desconocimiento".
Es el caso, también, de Jimena Banderia, gasteiztarra nacida en Errekaleor y de origen ecuatoguineano. "En mi caso personal, el epicentro de mis opresiones es el racismo", apunta esta joven, que aun sintiéndose "muy privilegiada" ha vivido también situaciones difíciles de calificar. "Desde pequeña, recuerdo continuamente ser la excusa de ese típico yo no soy racista. De más mayor, han llegado a cuestionar mi inteligencia. Han puesto en duda que sepa escribir mi nombre o que tenga una carrera", ejemplifica.
Según Bandeira, un hito en la lucha por la igualdad fue la creación de la mesa decolonial, en la que ella misma tomó parte, en el marco de las últimas jornadas feministas de Euskal Herria. Esta vecina cree también "clave reconocer los privilegios", no sólo en el caso de los hombres, y mirándose reconoce que también ella los tiene por el hecho de haber nacido en Vitoria. "Si mi acento fuera de Guinea Ecuatorial, mi historia sería otra", reconoce. Mientras tanto, Kristjánsdóttir apela a la necesidad de "educar" a los más jóvenes, "en casa, en los colegios y en la calle", a cuidar el lenguaje cotidiano -fuente de micromachismos- y a avanzar hacia el reparto equitativo de las tareas domésticas. El Khobri, por su parte, mira al futuro con optimismo. "Tengo mucha esperanza en nuestros hijos e hijas y por ellos hoy también me manifestaré", remarca.
"A menudo me preguntan si he venido aquí por amor. Pero a mi compañero extranjero, nunca"
magga kristjánsdóttir
Islandesa residente en Gasteiz
"Muchas mujeres no podemos conseguir un trabajo por llevar pañuelo. Para mí sería perder mi identidad"
sabah el khobri
Marroquí y vecina de Vitoria
"Para alcanzar la igualdad es clave reconocer los privilegios. No sólo entre los hombres, porque yo también los tengo"
jimena bandeira
Gasteiztarra de origen ecuatoguineano
"Si no vemos mujeres con cierto tipo de roles o puestos parece que no podemos aspirar a ellos"
jimena bandeira
Gasteiztarra de origen ecuatoguineano
"Hay mujeres refugiadas con estudios, diplomas y de todo que no pueden conseguir un trabajo"
sabah el khobri
Marroquí y vecina de Vitoria
"Falta visibilidad. En la historia, museos, directoras de películas, deportistas, escritoras..."
magga kristjánsdóttir
Islandesa residente en Gasteiz